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viernes, 27 de junio de 2014

LE MONT-BLANC








LE MONT-BLANC

(Dedicado a mi amigo Garfun)


ESTE RELATO DESCRIPTIVO Y LA PROSA POÉTICA, LOS ESCRIBÍ HACE AÑOS. UNA HERMOSA REMEMORACIÓN. UNA AVENTURA VIVIDA Y COMPARTIDA. CUANTO TIEMPO HA PASADO Y LO RECUERDO COMO SI ESTUVIESE OCURRIENDO AHORA MISMO.


Aquella montaña tenía algo diferente. Su conformación, sus acantilados, sus cumbres, se elevaban perdiéndose en un cielo sin nubes y limpio, haciendo intuir su cumbre entre los últimos rincones del horizonte que se elevaba ante nosotros. La observábamos desde el punto al que habíamos llegado, después de una ascensión larga, en la que las grietas del glaciar nos habían hecho realizar saltos y escaladas entre aristas inestables, escuchando el sonido del agua bajo nuestros pies.



Estábamos ya a 4000 metros de altitud y empezaba a amanecer. Se producía un contraste entre la salida del sol por una vertiente y la presencia de la luna por la otra. El color violeta del cielo impregnaba el hielo de tonos anaranjados y cada cierto tiempo se oían crujidos a nuestro alrededor.



Nuestros pasos ya eran lentos, teníamos que interrumpir la ascensión de vez en cuando para retomar nuevas fuerzas. Sentíamos que nuestro cuerpo era una maquinaria casi perfecta, que elevaba y reducía su temperatura, proporcionándonos una energía especial. Nos sentíamos muy lejos de todo y una ilusión tensa nos abrazaba y recorría.



Cuando alcanzamos el último tramo de la subida, el recorrido ascendía por otra arista muy elevada, en cuyos márgenes podíamos ver una caída en cada margen de más de 1000 metros, pero se encontraba marcada por la pisada de otros escaladores y esto nos dio algo de seguridad. Hacía un viento racheado y constante que podía arrancarnos del suelo y llevarnos al abismo. Por eso, fuimos algo más lentos y seguros, pendientes el uno del otro.



Paso a paso avanzamos encordados y cuando nos separaban unos pocos metros para llegar finalmente a la cumbre, paramos para alcanzarla juntos. El viento era insistente y fuerte, pero en ese momento casi nos olvidamos de él. Ante nosotros, se encontraba un paisaje difícil de describir. Era inmenso e infinito.



El día nos había regalado un ambiente luminoso y limpio. Desde aquella cumbre podíamos identificar cientos de picos y valles y todo tenía una tonalidad azulada, en contraste con los grises y verdes intensos de las zonas medias y bajas. Estábamos en el Mont-Blanc.



Nos abrazamos. ¡Que momento¡.





Garfun, buen amigo, que momentos compartidos.

Cuanto tiempo de encuentros en mil montañas nuestras, conseguidas.



Hemos ascendido, juntos, cientos de cumbres, caminado por valles, realizado esfuerzos, alejados de tiempos de ciudades, disfrutado los placeres de visiones irrepetibles, indefinibles, que forman parte de nosotros, de nuestra historia, de nuestra memoria.



Aventuras abiertas y comprensivas, nos debemos nuestras propias vidas, el uno la del otro, en ese juego inestable de naturalezas inquietas y movidas.



Garfun, buen amigo, conversaciones de refugio en rincones perdidos, hemos tenido en nuestros oídos, conociendo personajes, utilizando todos los sentidos.



Esas noches de viento y lluvia, esos días blancos que nos han hecho vibrar en el juego de tantos descubrimientos, nos han enseñado a aprender a ver, a mirar y retener todos los paisajes, a realizar los encajes de nuestros propios sentidos, invadidos de emociones en nuestros recorridos.



Juntos hemos sabido vivir, compartir los cielos azules, descubrir los vientos en las nubes y desde tantas cumbres, nos hemos dado abrazos, sintiendo satisfacciones, emociones irrepetibles.



Garfun, buen amigo, hemos reído y llorado juntos y eso nunca lo olvido.





jueves, 26 de junio de 2014

OPINIONES SINCERAS.-






OPINIONES SINCERAS.-

Voy a citar a París. La ciudad de los sentimientos que puede cambiar a cualquier persona. Una ciudad que puede permanecer en el recuerdo para justificar toda una vida. La razón de estas palabras es  intentar expresar, con la mayor desnudez de la que soy capaz hoy, porqué son las cosas como son y porqué escribo como lo hago.

Desde hace ya muchos años mi visión sobre la vida y sobre la existencia ha cambiado mucho. 

La influencia de otra persona que un día te fue conocida, que encontraste por el camino y que se ha convertido en muy querida, deseada y  admirada, te cambia la vida. Hasta el punto de que puedes dejar de ser tú mismo, transformarte en un ser diferente, que observa el mundo con matices y sensaciones antes desconocidas. Mi abuelo Andrés decía, que en el viaje que hacemos en la vida, entre la adolescencia y la madurez, el encuentro con el amor y el sexo, sin separación alguna, es lo que te convierte en un adulto lúcido. Quien no tiene esa experiencia permanece idiota durante más tiempo y en algunos casos, lo es toda la vida.

También, cuando se produce la ausencia repentina de una persona muy querida, que por diversas razones y causas forma parte de ti, de tu sangre, la visión sobre la vida cambia, los valores cambian, la supuesta realidad cambia. El medio en el que vives es diferente y tú mismo tampoco te reconoces. Además, si dicha ausencia se refiere a un hijo, por el que sacrificaste parte de tu vida y en el que depositaste muchas esperanzas e ilusiones, la ausencia es aún más dura, más absurda, más inaceptable. Nadie, absolutamente nadie, ni aquí, ni allá, debería ver morir a un hijo y vivir, sufrir, su ausencia. Lo natural debería ser morirse al igual que él, de modo tan inmediato y repentino, porque la vida deja de tener sentido y recuperarla es demasiado difícil y una vez recuperada, si eso llega a producirse, te queda una cicatriz tan profunda y tan grande que el ausente, durante mucho tiempo, quizá todo el que te quede, no es solo tu hijo, sino tú mismo.

En el primer caso, la transformación es paulatina, se produce en el tiempo y un día descubres a otra persona en ti y contigo, para lo bueno y para lo malo. En el segundo caso, el yo anterior ha muerto, desaparecido, se ha extinguido de repente y eres otra persona distinta que se encuentra dolorida, que arrastra un peso que no acaba de extinguirse, que permanecerá contigo para siempre, aunque sepas bien que ese peso pertenece a tu yo muerto, no al nuevo, al diferente, al que  te ha sorprendido a ti mismo, teniendo que esforzarte por aceptarlo, por aceptarte.

Cuando se produce la ausencia repentina del hijo, no eres el único que cambia, también lo hacen los que están a tu lado, la madre y esposa, la hermana o hermano y los primos cercanos, incluso los amigos, pero…tu cambio, tu transformación, es tan poderosa que parece casi la única y te aplasta y te ciega de tal modo que no puedes ver mucho más lejos de ti mismo. El amor de la persona que te fue conocida, que encontraste por el camino y que se ha convertido en muy querida, deseada y  admirada, es el que te hace sobrevivir, el que te mantiene con los pies en el suelo, el que evita que ejerzas la opción del salto al vacío. Sin embargo, la comprensión, la proximidad, la concepción de esa realidad de sentimientos y sentidos, no rompe sus cadenas, ya que esa otra persona querida, amada, tiene sus propias cadenas, las suyas, que no puedes romper. Al principio, cuando se produce la ausencia, no tienes fuerzas para hacerlo y luego, cuando las puedes tener, el amor es tan grande que no eres capaz, ya que sabes que, si lo hicieras, no lo soportaría, no podría vivir, se moriría también. Entonces, aceptas lo que antes podría haber sido inaceptable y necesitas tanto el aliento y su proximidad, que prefieres una realidad de ficción que otra ausencia, ya que sabes bien, que no soportarías otra cosa. La vida es sobretodo ficción, ya que la puedes ver como quieras; en sus aspectos más terribles y en sus aspectos más bellos, íntimos. No hace falta ni tan siquiera la piel para que el deseo por la vida sea compartido y pueda llegar a la infinitud. Se dice que los amores más profundos no son los juveniles, sino los viejos, los que se afianzan en la decrepitud. Esto tiene un adjetivo de tristeza, pero del mismo modo, es el éxtasis de la vida, posiblemente.

Cuando escribo percibo varios tipos de hermetismos. Estoy seguro de que según quien lea estas líneas las interpretará de un modo distinto. La alusión no requiere de algo explícito a veces, otras sí. No estoy seguro de que estas palabras deban pertenecer al segundo supuesto. Uno de los tipos de hermetismo quizá tenga como causa mi propia inseguridad sobre la vida, ya que la vida que he vivido, en muchos aspectos no me gusta y ahora, adulto y en el prólogo de la vejez, no tengo energías para los cambios. Hablar de ello solo produce dolor propio y ajeno. Algunos se darán por aludidos e interpretarán reproches e  injusticias. Mis valores no son esos, son otros. Sobre los aspectos que sí me gustan, que son muchos, parecen no ejercer tanta influencia. Los citas, los mencionas, pero quien debería darse cuenta de su referencia, no lo hace. Son supuestos de hecho que se dan por sentados. Una vida feliz, aunque sea por tiempos, por momentos, es, para muchos, en su simplicidad, simplemente, como debe ser. La felicidad, de existir, es instantes, nunca es algo duradero y menos aún permanente. Los muros me parecen más altos. Aún no he perdido la convicción y la esperanza, pero los hechos, las cosas que pasan, no tienen el mismo valor. En eso también se ha producido un cambio, un cambio gigantesco. Antes, por ejemplo, opinaba, hablaba para convencer, hoy escucho con curiosidad, hablo con discreción y permanezco largos tiempos en silencio; reflexiono para huir de mí mismo e incluso de los demás, para no sufrir y no hacer sufrir. Creo haber sido en la vida cobarde y valiente al mismo tiempo. No me arrepiento de nada, pues hacerlo me hace los muros más altos y la incertidumbre del futuro me obliga, así lo siento, a vivir en un permanente presente, en un día a día de superación compleja difícil de compartir. Lo que comento, no por tópico y ordinario, deja de ser verdad. ¿Cómo expresar todo esto con palabras?. ¿Cómo hacer comprender a otros esta visión de la realidad o de la ficción de la vida?.  ¿Qué necesidad hay de hacer mención a todo ello?. Me siento entonces hermético, incapaz de expresar lo que siento.

Otra de las causas del hermetismo, es la convicción de no ser comprendido y muchas veces, ni tan siquiera leído o escuchado. Ya sé que puede sonar todo lo que digo a justificación, pero no lo es; al menos no lo pretendo. Intento, no sin esfuerzo, comprender las razones de ese hermetismo, que me impide decir lo que debería decir o quizá decir lo que no debería. Hay que tener en cuenta que, por encima de la oportunidad o no de escribir sobre determinadas cosas, lo que si tengo sin ninguna duda, (hace mucho más tiempo que deje de buscarle una explicación), es una necesidad incontrolable de escribir. En realidad no es exactamente que tenga una necesidad de comprensión, sino de atención o simplemente escribo para comprobar lo que pienso, siento u observo. Si escribo sobre algo y nadie lo atiende o entiende o en el caso de ser leído, nadie lo comparte, se produce en mí una sensación de vacío, entonces, esa necesidad escritora se convierte, sin desearlo, en algo incómodo. Al fin y al cabo, es posible que escribir tenga relación con una voluntad de trascendencia que dentro del sin sentido del todo, no ocupe ni tan siquiera un mínimo espacio.

Siguiendo con las causas del hermetismo, debo de añadir dos cuestiones a tener en cuenta. Una de ellas está relacionada con la capacidad y otra con la vergüenza. No necesariamente uno tiene la capacidad intelectual suficiente como para expresar lo que se desea. Es frecuente que en ocasiones pretenda decir o describir un pensamiento o situación y que no sea capaz. En este supuesto, las palabras parecen resistirse a salir de mí y por mucho que me esfuerce, no alcanzo la sensibilidad suficiente como para expresar aquello que deseo. Quizá este hecho se derive también de una formación insuficiente o de deficiencias intelectuales o incluso de alguna enfermedad vinculada a la capacidad de expresión no curada. En otras, me enfrento con la vergüenza. Me da vergüenza que otros, al leer mis palabras, dentro de un marco de incomprensión o dentro de un marco de comprensión, descubran cosas de mí que no deberían saber. Incluso, si escribo sobre ello, no solo no genero una forma de compartir, sino desprecio, desamores, odios o temores de otros, bien porque consideren que lo que digo se basa en una debilidad, en prejuicios, en errores, en complejos, en mentiras, en cualquier motivo que justifica la inoportunidad de que los demás lo puedan leer.

Finalmente, entre las causas justificadoras de mi hermetismo, se encuentran la prudencia o más bien el miedo y el problema de la sinceridad. Los grandes escritores, en muchos casos han destacado, precisamente porque no han sido prudentes al escribir, no han tenido miedo en comunicar sentimientos, opiniones y hechos  y muy especialmente porque, en sus palabras, se ha apreciado  una gran sinceridad. Hay que decir que muchos de ellos también, han sido descubiertos o reconocidos después de muertos. Algo pueden tener que ver unas cosas con las otras o no, no lo sé. Lo cierto es que en mi caso, aunque con los años creo ser menos prudente, menos cobarde y más sincero, me queda mucho camino por recorrer. El día que lo consiga es posible que mi escritura alcance un nivel diferente y genere una influencia lectora que hoy sin duda no tiene.

Dicho lo anterior, debo añadir que creo haber sido menos hermético en estas líneas. He estimado oportuno decir lo que digo ya que al ver escritas algunas reflexiones, parecen hacerse más evidentes, suprimirse interrogantes o encontrarse causas y soluciones a problemas que de otro modo serían más difíciles de descubrir.

El tratamiento del hermetismo tiene una directa relación con las dos cuestiones que inicialmente he expuesto: El cambio por la influencia de la persona muy querida, deseada y  admirada y el cambio por la ausencia repentina del hijo. El reto de escribir y afrontar ambas situaciones, es lo que me ha permitido sobrevivir hasta ahora. Aunque en mi vida diaria no lo exprese por incompetencia o impotencia, en mi fuero más íntimo lo sé. Sin el amor y sin la escritura, no habría sido capaz de recuperar la vida y la memoria. Ya que hay otra cuestión importante a la que no he aludido, que es: la pérdida de memoria ante la ausencia repentina de un  hijo.

En éste asunto, voy a romper uno de los muros de mi hermetismo y destacar que, mediante la escritura, he podido recuperar parte de mis recuerdos. A pesar de que muchos de ellos siguen en la oscuridad de mi cerebro, otros han acabado saliendo al exterior y he podido recogerlos y describirlos con palabras. Esa función psicológica también la ha desempeñado y desempeña la escritura.

Yo, desde niño, ya me vi atraído por las palabras, escritas o leídas, pero cuando he descubierto su influencia y he aprendido a vivir de ellas, ha sido ya maduro. Este hecho no se ha producido en  soledad, sino enmarcado en el cuadro del amor al que he aludido, esta vez sí, y con la presencia permanente de mi hijo, hoy ausente, pero al mismo tiempo presente cada día.

París, París no solo hoy es un recuerdo vivo, es la representación de que por muy miserable que sea la vida, lo que se puede vivir en ella, puede justificarla. Escribir sobre París es la cumbre de mi hermetismo, a pesar de ello, es una ciudad que cito con frecuencia. Las imágenes de rememoración, son como un sueño, como una hermosa película francesa que no puede alcanzar en su ficción la verdadera realidad. Es una ciudad que me ha dado vida. He sido un protagonista en ella. Es un ejemplo de cambio y de descubrimiento, de poesía, de belleza, de una multitud acumulada de intimismos que se hacen indescriptibles. En este caso, por mucho que reflexiono, no soy capaz de liberarme del hermetismo. Es tan íntimo y personal el sentimiento que no me es aún posible compartirlo.  París, París.


lunes, 23 de junio de 2014

UNOS DÍAS DE FIESTA, EL JUEGO DE LOS PINGÜINOS.






UNOS DÍAS DE FIESTA. EL JUEGO DE LOS PINGÜINOS.

Los días de fiesta parecen desordenar la vida normal, tan condicionada por los hábitos. Cuando te quieres dar cuenta, ya han pasado las horas a una velocidad de vértigo y tienes la sensación de haber desaprovechado el tiempo, sin embargo, es cierto que no puedes ser creativo a cada momento y que los espacios temporales se abren paso por sí mismos, sin dejarte hacer aquello que te produciría, quizá, mayor satisfacción, pero...al mismo tiempo, también dejas pasar esas horas porque no te encuentras con la energía suficiente como para mantener el mismo ritmo de actividad. Podría haber dibujado, escrito, leído..., pero he permanecido muy pasivo. Sentado en un sillón, con los brazos colgando e inmerso en las imágenes de una televisión estúpida o en la observación de una película grabada y con poco interés. ¿Por qué ocurre eso?. No lo sé muy bien.
Siempre tengo en la cabeza pensamientos de éste tipo e incluso me pregunto cómo en tal o cual período he sido capaz de hacer una u otra cosa, que ahora observada o leída, parece que la ha hecho otra persona.
Por otro lado, aunque mi impulso literario es grande, también hay momentos en los que la ausencia de interacción o la ausencia de lectores, me agota. No necesariamente todo lo que escribo sale de mí para otro u otros, pero la mayoría de las veces sí. Me siento como un Pessoa, marcando la enorme distancia que nos separa, (quien lo fuera) y ese agotamiento que comento me paraliza. Poco o nada parece tener mucho sentido. Sin embargo, soy muy consciente de que las cosas son como son, no como uno desearía que fueran y por tanto, mi capacidad de adaptación permanece viva. Gracias a eso mantengo una visión de la realidad-ficción bastante razonable o equilibrada. De lo contrario llegaría a pasarlo muy mal.
La semana pasada ha estado repleta de acontecimientos para la historia. Creo que vivimos tiempos sorprendentes. La abdicación del Rey, el reconocimiento del nuevo Felipe VI, el asunto Catalán, la supuesta bajada de impuestos, la Troika, los saltos de la valla de Melilla, las manifestaciones permanentes, la guerra de Irak, las muertes de Croacia, el calor del verano, la imputación de la infanta, el asunto Bárcenas, el mundial de futbol en Brasil, la caída de la Roja, las recientes elecciones europeas, la proximidad de las elecciones municipales, autonómicas e incluso nacionales, el descontento general, la inestabilidad del euro, la desesperanza, la poca cultura, el grandísimo cambio social. Dentro de unos años no nos va reconocer nadie. Ni tan siquiera nos vamos a conocer nosotros mismos. Parece que nos encontramos en un permanente estado preelectoral. Lo que ocurre en España cubre un espacio muy grande. Me llama la atención que casi no haya noticias internacionales. ¿Qué está ocurriendo en los países más cercanos a nosotros?, en Portugal, en Grecia, en Italia, en Francia. El adormilado despertar social produce temores. Ahora se debate sobre el nuevo partido Podemos. Existe miedo y esperanza, según quien opine sobre él. (Este país siempre ha sido muy temeroso a los cambios). Cuando se aproximen más los períodos electorales la mayor fuerza de los partidos tradicionales contra Podemos, será el miedo. Baltasar Garzón ha creado un nuevo partido político. El Juez Silva va dando saltos de un punto a otro, en una guerra personalizada que ha llegado a la incoherencia total. ¿Dónde se encuentran las buenas noticias?. Cuando puedes leer una buena noticia en un periódico o escucharla en una emisora de radio o en una cadena de televisión, no te lo acabas de creer. Sientes tan profundamente que la información está mediatizada, manipulada, que todo parece mentira. La incredulidad te lleva a la percepción del caos. Parecemos mariposas, pero no creemos que nuestro aleteo llegue a mover ni una hoja en el otro extremo del mundo. Eso significa que la percepción es de inexistencia, de falta de importancia. No importamos mucho. De modo colectivo no importamos a los poderosos, menos aún de modo individual y además, no tenemos energías, al menos yo, como decía al principio, para hacer nada en apariencia importante. Aún así insisto en escribir esto, aunque no se lo lea nadie.
Parecemos "pingüinos" dando vueltas y vueltas en un círculo sin principio ni fin. La gente, en general y con todos los respetos, no acaba de saber bien de donde viene y menos aún hacia donde se va. Prefiere no pensar mucho sobre ello, mientras tanto, mi capacidad de observación se ha incrementado. Me ocurre con la observación algo muy parecido a lo que me ocurre con la conversación. Cada vez hablo menos, pero escucho mejor. Mi capacidad de escuchar y observar se incrementan. Es una reacción exponencial. Cuanto menos puedes participar, cuanto menos libre eres, mejor observador eres. Es posible que se trate de algo instintivo.
Sobre todas estas cosas hay muchas opiniones, pero pocas realmente compartidas. Pienso yo. La mayoría quiere opinar imponiendo. Yo no.

sábado, 14 de junio de 2014

SÁBADO.-






SÁBADO.-




Hoy sábado el día se ha pasado muy deprisa. No he hecho nada especial, aunque, en realidad, cualquier cosa que se haga con gusto y que te produzca satisfacción, es especial e incluso, bien mirado, se sale de una normalidad algo anodina e insulsa, que suele ser lo más habitual y diario.
He podido disfrutar de una exposición sobre Fernando Pessoa que se encuentra en la Biblioteca Nacional. Tiene interés por varias razones y una de ellas es esa búsqueda de acontecimientos que de algún modo acrediten que Pessoa tuvo, en algún momento, interés por España o por algunos escritores españoles, como Unamuno o del Valle. En la exposición se han recopilado documentos y publicaciones e incluso cartas que vale la mena examinar. Desde que tuve la oportunidad de leer su obra titulada El Libro del Desasosiego, me emocionó este escritor y me gusta mucho el conjunto de su obra, la cual, en gran parte, fue desconocida hasta después de su muerte. Pessoa fue un escritor solitario, con un grado de introspección sorprendente, pero también con mucha lucidez. Este último hecho, creo yo que fue el motivo de su profundidad de análisis y su gran sufrimiento, ya que la lucidez lo es.
Siempre que pienso en Pessoa, pienso en la soledad, en esa soledad personal, (aunque no creo que pueda existir de otro tipo) e intelectual, (si la queremos adjetivar), con la que alcanzó una perfección en su escritura tan bella y perfecta.
Hoy también he visto una película de Woody Allen titulada Medianoche en París. La había visto hace tiempo, creo que es la cuarta o quinta vez que la veo. Aunque no es una de sus obras reconocidas, a mí siempre me ha producido una sensación agradable que se sale de lo habitual. La película crea una trama, que se desarrolla plenamente en Paris, lo que ya le da un atractivo particular, mezclando una realidad actual con la rememoración de los artísticas de los años 20 e incluso llega a retornar a un período anterior. El protagonista es un escritor novel que se ve muy atraído por ese período. Aparecen personajes como Picasso, Hemingway, Dalí, etc. La representación tiene mucho de humor, pero proporciona una visión imaginativa del ambiente artístico parisino, con una perspectiva muy a lo Allen. He pasado de nuevo un buen rato.
Últimamente tengo más dificultades para conseguir recordar nombres y detalles. Debe de ser una de esas pérdidas mentales que anuncian un camino más yermo de cara al futuro. Sí, me olvido con facilidad. Incluso en una conversación, cuando voy a citar a un pintor, a un director de cine o a un escritor, por ejemplo, no consigo acordarme. Utilizo normas nemotécnicas para compensar la deficiencia, pero muchas veces no tengo éxito y el esfuerzo memorístico permanece en mi cabeza dando vueltas y vueltas, hasta que finalmente tengo que acudir al ordenador o a la biblioteca para despejar la incógnita, ya que no puedo soportar mucho tiempo que la idea se encuentre incompleta en mi interior. No es algo nuevo para mí. He tenido una gran memoria para determinadas cosas, pero para los nombres…, no sé muy bien la razón, no he sido muy afortunado. PoR eso, cuando voy a una exposición, guardo los anuncios y resúmenes y cuando hay una película que me llama la atención, la tengo que ver más de una vez. Eso sí, cuando hay un detalle que me llama la atención, se me graba como si fuera de plomo y no se me olvida fácilmente.
Llevo una temporada en la que escribo y dibujo menos. Es como si me rondara un cierto estado de agotamiento mental. Es posible que esto tenga algo que ver con la ausencia de interlocución. Por eso, es posible que la figura de Pessoa me llame aún más la atención en estos días.
Estuve en la Feria del Libro de Madrid firmando en la caseta de la editorial Sial Pigmalión. Éste tipo de actos me cuesta hacerlos. Antes, hace años, me pasaba precisamente lo contrario. A la primera oportunidad estaba en primera fila para promover lo que hiciese falta. Ahora, quizá por la experiencia adquirida y por ese convencimiento de que lo que escribo interesa poco o nada a la gente, no tengo la energía necesaria y sobre todo, no tengo deseos de volver a empezar a publicitar mi existencia literaria. Publicar es muy difícil, que alguien te muestre algún interés por lo que haces es aún más. El mercado del libro está saturado de verdaderas mierdas que se venden como churros y sin embargo, en todas partes se dice que en este país no hay hábito lector. Por otra parte, tengo tantas cosas que decir. Si no hay nadie que te lea, no parece que escribir tenga mucho sentido.
A pesar de lo que digo, yo tengo la enfermedad escritora y no es una enfermedad que se pueda curar. Un día sin palabras tiene mucho de vacío, al menos para mí.
Compenso mucho la soledad, esa soledad que te produce la ausencia de interlocución, con la lectura. Sigo leyendo y leyendo y dando la paliza a cualquiera que tenga deseos de hablar sobre éste tema. Yo cada vez hablo menos de ello, pero escucho bastante bien. Sigo escribiendo, pero también debo decir que cada día aprecio un cambio en mi forma de hacerlo, en los temas que trato y en la dificultad que tiene. No soy de los que pienso que, después de los años, la práctica me hace las cosas más fáciles. Al contrario. Me cuesta mucho más. Esa dificultad me genera una necesidad aún mayor de hacerlo, de insistir una y otra vez. Por una parte, dejar de hacerlo me produciría cierta asfixia y por otra, la dificultad es como una provocación y me enfrento a ella cada día. Es como una energía dolorosa que se convierte en algo inevitable. Aunque en ocasiones deje algunos espacios de tiempo entre medias y no escriba, mi cabeza no para de dar vueltas a miles y millones de detalles que pienso que tienen que ser descritos, mencionados o representados.
Este sábado, caluroso y de brillos, me inspira tristeza y al mismo tiempo, tiene un influjo que se mueve por sí mismo. Tiene algo de líquido, se extiende sobre mí y me humedece hasta las entrañas.
De modo paralelo, lo he visto como dos líneas que no deberían nunca juntarse, que se pierden en una distancia infinita. Yo me pongo en el medio de ellas y las separo con los brazos, no puedo ver ese punto de encuentro. Es como una imagen surrealista.  Es un sábado de contradicción, como todo en la vida. Triste, bello, feliz y monstruoso, que en poco tiempo empezará a morirse.
No sé quien fue el que dijo que lo más importante en la vida era el amor y en particular, hacer el amor y quien lo dijo lo justificaba añadiendo que hacer el amor, puede hacerse de muchos modos, pero que todos ellos tienen algo en común: Cuando haces el amor, el momento más orgásmico y excepcional, es el único en la existencia en el que no piensas en la muerte, ya que la muerte está presente en los más mínimos detalles de lo que hacemos, de modo consciente o inconsciente. Hoy, éste sábado, ha tenido momentos de esos, por eso ha sido importante.
Claro, quien lea esto dirá: Este pirado ha echado hoy un polvo. Pues no. No ha sido así. Ese pensamiento es la representación de otra circunstancia que condiciona nuestra existencia, la simplicidad y hoy, precisamente, no ha sido un día simple, sino todo lo contrario.