DEBERÍAS
LEER ESTO:
LA EMPATÍA.-
15.9.17.
Hace algún tiempo que he perdido la “empatía”. La busco, pero
no la encuentro. Este verano ha sido un período de tiempo activo. He viajado
mucho, pero, a pesar de ello, no he llegado a encontrar la “empatía”.
Me pregunto cuando la perdí y porqué motivo. No lo sé. Puede
ser que lo que ocurre hoy, lo que pasa, sea una buena razón para ello. Puede
ser que no.
Pero, ¿Qué es lo que pasa?. Resumir con brevedad lo que veo,
lo que escucho, lo que hago y lo que siento, es un objetivo imposible. Solo
puedo analizar algunos hechos, algunos acontecimientos que no por haberse
convertido en ordinarios, se han producido con sentido. Habló en pasado, pero
puedo hablar en presente, incluso, todo hace previsible que nada cambie el
futuro.
Cuando unos hechos se convierten en imágenes y esas imágenes las
vemos una y otra vez, parecen algo diferente a lo que vemos; empiezan a
convertirse en ordinarias y por tanto, los hechos que representan. Muchas
veces, vemos imágenes de acontecimientos monstruosos, pero son como una
película. Tienen tanto de irreal que nuestra mente las identifica como si
fuesen fruto de la imaginación. En alguna ocasión, apartamos la mirada, como si
ese acto nos liberase de lo que ha ocurrido o de lo que esta ocurriendo, como
si dejase de existir, al menos, durante unos segundos. Con el tiempo, vemos
barbaridades en la televisión, en el ordenador o en cualquier otro medio,
mientras charlamos, bebemos, comemos, con una tranquilidad pasmosa y no dejamos
de hacerlo. Esas imágenes han pasado a formar parte de ese ideario ordinario,
que no nos llama tanto la atención.
La hipocresía se ha extendido por todas partes, en todos los órdenes
de la vida, somos hipócritas al mirar, al ver, al escuchar y al hablar. Por
ejemplo y solo es un ejemplo, mientras se habla de la dignidad del enfermo,
observamos tranquilos las tripas de los niños en África, su delgadez. Incluso
en la propaganda se dice claramente que ese niño de ojos saltones, que estas
viendo, no vivirá una semana y tú y yo y los demás no hemos prestado atención o
poca atención. En su caso, en un momento dado, metemos los dedos entre nuestras
monedas, seleccionamos una o dos y las entregamos. Eso calma nuestras conciencias.
Con las palabras ocurre algo similar. Cuando unas palabras se
repiten, una y otra vez y describen situaciones falsas, injustas, que jamás
deberían de haberse producido, parecen convertirse en ciertas e igualmente en
algo ordinario.
Vivimos en un permanente estado de falsedad. Lo que es
mentira, parece verdad y lo que es cierto, parece falso.
Por otra parte, el estado de “imbecilidad” en el que nos
encontramos, nos hace pasivos. Solo nos interesa lo propio, no lo ajeno, salvo
para apoderarnos de él y menos aún lo colectivo. Al mismo tiempo, la
existencia, la vida, se ha convertido o más bien, se ha aproximado aún más, a
la competitividad, a la lucha permanente, al vale todo para satisfacer nuestras
necesidades y estas necesidades se han incrementado de tal manera que han
perdido su sentido; hace mucho tiempo que dejaron de ser eso, necesidades. Todos los días veo y vivo situaciones en la
calle, en el trabajo, con la vecindad, de una gran agresividad y egoísmo o al
menos, marcados por una falta de respeto, que debería de sorprendernos. Nadie
se sorprende. Desde el asiento que no se cede al anciano, hasta la malévola
estrategia en el puesto de trabajo. Cada vez hay más viejos de pie en los
transportes públicos y más trepas en las empresas. Pero…, esto es algo
ordinario, normal.
Escucho con frecuencia frases que relativizan la importancia
de la política y que desprecian a los políticos; que nos roban y no defienden
nada más que su propio interés. La religión ha sido tan denostada que ahora
navega en unas aguas procelosas. No existe fe ninguna para justificar esto.
Solo con repasar la historia se puede comprobar el comportamiento de las
curias, curas, monjas y personajes de pelajes dignos, que en nombre de Dios de
Mahoma o de su puta madre, han cortado cabezas y masacrado pueblos, física,
mental e ideológicamente.
Malos tiempos vivimos hoy con los yihadistas, los
conquistadores y salvadores del mundo, que sueñan con ese paraíso repleto de
mujeres bellas, jardines verdes, con la desnudez sensible de los cielos azules
y de los acuosos lagos transparentes; dicen que vale la pena morir, más bien
explotar en mil pedazos, llevándose todo por delante, para llegar hasta allí,
hasta ese Paraíso que nadie ha visto, pero que al parecer debe ser acojonante,
como diría Cela. Defienden su lucha
contra Occidente, que bien podría quedarse en su casa. ¿Alguien se pregunta lo
que esta haciendo Occidente?. Cada vez que se remueven las aguas, el lodo se
levanta. En eso Occidente es un experto. El gran poder americano, inglés, francés,
alemán…., buena la han montado en las tierras del desierto, en Irak, en
Afganistán, en Siria…. El poder es lo que tiene, que se hace ciego y extiende
sus manos hacia todas partes y cuando agarra algo no lo suelta.
No es lo mismo un niño o un hombre muerto, destripado, sobre
la arena, que en otra parte. A pesar de todo, es tan difícil distinguirlos.
Cuando dos locos, muy locos, se miran, no se ven, solo se sienten, no se
comprenden, eso es imposible y llegan a las manos fácilmente en segundos. Unos
locos removieron las aguas con brusquedad y sin respeto y otros locos han
salido de los lodos y ahora, no hay quien los pare.
Surgen muchos locos, unos rubios y de flequillo batiente, que
construyen muros y deportan a sus ciudadanos de origen inmigrante, otros,
deportistas, musculados y exigentes, que no se han olvidado de la caída del
muro de Berlín, otros que van de superiores por la vida, que hacen propaganda
de su orden, su economía y de su tecnología, herederos de los nazis, pero ahora
reconocidos y poderosos, árbitros de Europa, de la suya, otros, con el pelo
cortado a cepillo, que amagan y amagan con bombas nucleares, en un jueguecito
que no es precisamente un videojuego, sino una realidad preocupante.
Los ciudadanos de Siria, Irak o de cualquier rincón del sur o
del este desértico, se escapan hacia Occidente, pero Occidente no lo desea. En
América del Norte se reconstruyen esos muros para que sean más altos. En Europa, el
mundo de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, no los acepta. ¿Qué ocurrirá
dentro de una o dos generaciones con esos niños que están en las cunetas a la
espera, pasando hambre y frío o que están de ilegales en los rincones más inhóspitos;
en campos de refugiados o en barrios marginales de las grandes ciudades?. ¿Cómo
se comportarán con Occidente?.
En nuestro país, de una larga trayectoria de desorden e
injusticias, dividido aún por las derechas y las izquierdas, muchas veces me
sorprendo de los avances y de la calidad de vida que hemos alcanzado, si bien, tengo
que escuchar con frecuencia que la crisis que estamos viviendo se deriva del
hecho de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Parece ser que los
que vivíamos a manos llenas éramos el populacho, no los banqueros, que han
tenido que ser rescatados con nuestro dinero sin ningún ánimo de devolución. El
Gobierno silva y mira para otro lado. Se olvida de sus promesas y compromisos. Entre
tanto, los políticos, mediante los 3% y sus influencias, se han enriquecido. Algunos
decían que era mejor que nos gobernaran políticos de familias ricas, ya que éstos
no meterían la mano en la caja, pero se ha demostrado que el dinero es como el
poder no tiene medida y menos razones.
La unidad del país es otra particularidad. Somos el país
unido más dividido. El caso de Cataluña ya se ha perdido, como el hilo de una
madeja. No hay quien lo meta por el agujero de la aguja y el roto no lo va a
coser nadie facilmente. Entre los recursos que fueron interpuestos contra el Estatuto
de Cataluña, que en su día rompieron las decisiones de los ciudadanos catalanes
y de los parlamentos y la parálisis que han mantenido los responsables del Gobierno
durante años, se han hecho nacer una gran diversidad de independentistas, antes
inexistentes, que no saben muy bien lo que defienden, pero que salen a la calle
en la Diada y protestan. Incluso algunos, más extremos, han impuesto las
coletas y las camisetas como un medio de representación de sus idearios del
caiga quien caiga. En el país Vasco, hemos pasado de los atentados terribles a “las
matan callando” y en Galicia, del Prestige y de las mafias del tabaco y de las drogas,
a las celebraciones pastorales intimas de los políticos ante el apóstol Santiago
y a los viajes en yate.
En la actualidad hay algo menos de paro, con un solo salario
mensual se paga a tres trabajadores, pero la estadística es la estadística. Los
ciudadanos salen a la calle, sin duda, pero, a tomar una caña o unos pinchos,
que es tradición popular y no digamos el vermut. Los sindicatos enrojecen pero
la mano que les da de comer es muy larga, hace mucho que lo fue, pero ahora se
nota mucho más.
Protestamos en casa, en el bar, en alguna breve tertulia,
ante una conversación, ante un incidente o una noticia. Estamos de mala leche,
casi todos los días o gran parte del día. Nos sentimos agredidos por una
mirada, un gesto, una palabra. La gente y las empresas trabajan mal. Si pueden
sacarte más dinero o engañarte, lo hacen. Hacienda sigue persiguiendo a los
tontorrones, a los que no tienen un duro y tantos expedientes en tramitación, impide
coger a los malos, a los malos de verdad. Ese mal genio impera muchas veces con
razón y otras sin ella, pero, es lo mismo, este comportamiento es algo que también
ya entra en lo ordinario, en lo normal, pero…, cuando habría que reivindicar los
derechos vulnerados, cuando los abusos de hacienda continúan, cuando la miseria
se extiende, cuando la crisis económica se mantiene y cuando, por ejemplo,
vives en Cataluña y deseas expresar tu –no- a la independencia, la gente se
queda en su casa. No nos engañemos el –si- de la Diada no era para decir si a
las urnas, sino si a la independencia y el que opine lo contrario, lo tiene
jodido.
Todos apreciamos los riesgos de la sociedad en la que
vivimos, la pérdida paulatina de libertades, los abusos y las mentiras de los
políticos y financieros, pero…, nos quedamos en casa. Nos da miedo salir. Nos
da miedo perder lo que tenemos. Creemos que la tecnología, los aparatos que nos
permiten acceder a internet y movernos en ese mundo, nos mantienen ocultos y podemos
hacer lo que deseemos, comunicarnos, comprar, vender, cualquier cosa. Ni tan
siquiera pensamos en cuales son los principios que están rigiendo la tecnología
que usamos, ni en cuanta libertad perdemos con ella. Todo tiene su lado bueno y
su lado malo, pero no pensemos que quienes nos venden esos aparatos y nos
invitan a usarlos, son inocentes empresarios, que solo desean que la sociedad
avance. Muy tontos parecemos ser.
Ahora, todos somos de clase media y la clase media es
silenciosa, soporta los golpes de ese orden desordenado. Mucha gente, que
protesta en esa casa, en ese bar o en cualquier otra parte, con la boca
pequeña, como siempre, ¡no vota!. Se justifica diciendo que esta cansada de los
políticos y de la política. Otra sorpresa. En la naturaleza hay que mamar para
crecer, empujar un poco, solo hace falta un poco, para tomar la teta, pero esa
pasividad, esa inmensa, inútil y dolorosa pasividad, te dejará en un rincón con
poco futuro.
Ya sé que todo parece una contradicción, pero quizá eso sea
lo mejor.
A pesar de todo, me levanto temprano y disfruto de cada
segundo útil, interesante, al menos lo intento, pero hace unos meses, perdí la
empatía.
Es posible que por todo esto no la encuentre. En cualquier
caso sigo buscándola. Solo soy un ciudadano occidental ordinario, muy normal;
para ello intento ver, no solo mirar y entender, no solo escuchar. De ese modo
me siento un poco más humano y eso, me asusta.
No me tachéis de pesimista, analiza lo que digo. No me he
atrevido a proponer nada. No lo olvides. Siempre habrá un roto para un
descosido.
Jesús Benítez
No hay comentarios:
Publicar un comentario