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miércoles, 10 de julio de 2019

ALGORITMOS, ACTOS JURÍDICOS, RESPONSABILIDAD, ¿ESTA LA LIBERTAD EN RIESGO?

ALGORITMOS, ACTOS JURÍDICOS, RESPONSABILIDAD ¿ESTÁ LA LIBERTAD EN RIESGO? Jesús Benítez Benítez Abogado y escritor Profesor de derecho laboral, ecológico y nuevas tecnologías Asesor Técnico de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, F.S.P. El presente texto se lo dedico al Profesor Jesús Lima, buen amigo y compañero en la investigación del comportamiento humano y en especial, en la defensa de los derechos humanos y la igualdad. Él me aproximó con su amistad y sabiduría a la ciencia de lo imposible y me demostró en más de una ocasión que la “utopía” muchas veces es solo el principio de una realidad futura con grandes posibilidades y variables. Un fuerte y afectuoso abrazo donde te encuentres. INTRODUCCIÓN Las hipótesis, tesis, comentarios y conclusiones que se exponen a continuación, son fruto de un profundo análisis y reflexión sobre la ciencia, la tecnología y la filosofía. En ocasiones la exposición puede resultar cruda o irreal, pero lo que he pretendido ha sido tan solo reflexionar sobre unos acontecimientos que ya se han producido y que en poco tiempo, parece, evolucionarán y transformarán nuestra forma de existir como individuos y en sociedad. LOS ALGORITMOS Se dice que un algoritmo es un conjunto de instrucciones o reglas que permiten llevar a cabo una actividad sin la generación de dudas para quien deba realizar dicha actividad. Es decir, que el algoritmo establece los pasos a seguir, mediante unas instrucciones o reglas para que el humano que vaya a efectuar una actividad no incurra en errores y por tanto no tenga que afrontar opciones diferentes. El algoritmo indica, en definitiva, lo que hay que hacer para obtener un determinado resultado. No existe uniformidad a la hora de definir lo que es un algoritmo. Según los expertos en matemáticas, los algoritmos permiten trabajar a partir de un estado básico o inicial y, tras seguir los pasos propuestos, llegar a una solución. Cabe resaltar que, si bien los algoritmos suelen estar asociados al ámbito matemático (ya que permiten, por citar casos concretos, averiguar el cociente entre un par de dígitos o determinar cuál es el máximo común divisor entre dos cifras pertenecientes al grupo de los enteros), no siempre implican la presencia de números”; no existe una definición formal y única de algoritmo. El término suele ser señalado como el número fijo de pasos necesarios para transformar información de entrada (un problema) en una salida (su solución). De todas formas, algunos algoritmos carecen de final o no resuelven un problema en particular” Para otros, los algoritmos procesan y analizan bases de datos para responder preguntas o resolver problemas y desarrollan herramientas que permiten anticipar lo que va a pasar, de manera automática”. Los algoritmos “son medios para lograr un fin, y no un fin en sí mismos. Ofrecen, a quienes sepan utilizarlos inteligentemente, una oportunidad de fidelización única de los clientes, basada en la comprensión de patrones de comportamiento y consumo”. Cada vez que una persona realiza una búsqueda en internet, consulta un producto en cualquier tienda online o realiza una transacción en un portal, deja un “rastro digital+ que va formando una especie de ADN digital del consumidor. Se dice que “recolectar datos, analizarlos, ordenarlos y generar reglas de comportamiento permite a las empresas mejorar sus resultados online, ya sea mejorando las ventas porque infieren lo que su cliente está buscando. Cualquiera puede comprobar que su “rastro digital+ hace impacto en los algoritmos realizando una búsqueda en algún portal o tienda online. Observará cómo operan los algoritmos en sus redes sociales, ofreciéndole el mismo producto o alguna de sus variantes en las próximas horas, posiblemente haciendo seguimiento por email si se encuentra registrado en el sitio de venta online”. En virtud de lo anterior, mediante los algoritmos el ser humano puede ser y de hecho lo es, manipulado, por tanto, la utilización de los algoritmos desde el exterior y hacia el cerebro humano, condiciona su comportamiento, lo orienta y lo dirige como si se tratase de una brújula. Los algoritmos, en definitiva, son un medio o sistema ordenado y concreto para utilizar la información y los datos disponibles; en virtud de cómo se utilicen afectan a la vida individual y colectiva de la humanidad. LA ROBÓTICA Y LOS ALGORITMOS La robótica tiene hoy una relación directa con los algoritmos. Más bien, los robots funcionan mediante algoritmos. La informática es algoritmos y las sociedades avanzadas dependen ya en tal medida de los algoritmos, que sin ellos no tendrían agua, ni luz, no podrían ver la televisión, ni hacer la compra, porque los suministros no llegarían a los supermercados o no se podría realizar su venta; no se podría tampoco regular el tráfico en las carreteras, los trenes y los aviones y lo que es peor incluso, no se podría usar la energía de las centrales eléctricas, nucleares o eólicas, empezando porque dicha energía no se obtendría, ni sería generada y menos aún transportada. Los organismos privados y oficiales, paulatinamente suprimen el papel y las comunicaciones, las firmas contractuales, los trámites administrativos se realizan por vía online, utilizando programaciones informáticas que funcionan con algoritmos. No nos damos cuenta, pero estamos rodeados de robots que funcionan con algoritmos. En nuestro hogar, en la calle, en la oficina, en las fábricas, en los grandes almacenes, en todas partes, los robots, que funcionan con algoritmos, hacen que nuestra vida pueda considerarse como desarrollada, que sea más cómoda. En otros ámbitos, como la medicina, la ingeniería, la educación, por citar solo algunos, los robots permiten, mediante los algoritmos, realizar actividades que hace muy poco tiempo formaban parte de la ciencia ficción. Detectar enfermedades, definir diagnósticos, establecer tratamientos, ejecutar cirugías, realizar cálculos complejos o detectar el deterioro de materiales, acceder a las bibliotecas, localizar datos, publicaciones o libros, autores, teorías, etc. Esos robots, esos algoritmos, se mueven incluso con nosotros, en los teléfonos móviles, en los Ipad o Tablets, en los relojes de pulsera digitales o binarios. Determinan el lugar donde nos encontramos en cada momento, nuestros gustos o tendencias, nuestras pulsaciones e incluso, en algunos aspectos, como se ha dicho, nuestros deseos y sentimientos. LA BIOTECNOLOGÍA, EL ALMA HUMANA Y LA VOLUNTAD La ciencia ahora ha avanzado mucho y mediante la biotecnología, los científicos han descubierto algo realmente sorprendente y que curiosamente parece pasar desapercibido. Señalan que el funcionamiento interior, el del cerebro humano, parece estar basado en algoritmos, que la red de descargas, de problemas y soluciones, son igualmente algoritmos. Es decir, que nuestros sentidos, la visión, el tacto, el oído, son algoritmos, que nuestras sensaciones, razonamientos y decisiones se obtienen también por algoritmos. Que el ser humano existe en realidad como consecuencia de las continuas soluciones de problemas, orientaciones, tendencias, gustos y por tanto percepciones y decisiones que proporcionan los algoritmos. Al parecer somos robots biológicos. Según estos últimos descubrimientos científicos, el hecho de que el ser humano, nuestro comportamiento y por tanto, nuestra existencia, pueda ser consecuencia de algoritmos, nos convierte en un ser matemático, en el que parece entenderse que no existe margen para la “libertad individual”. Cada individuo es, en definitiva, predecible y manipulable, ya no como consecuencia de la existencia y utilización de algoritmos externos, sino también internos, hasta el extremo de ponerse en duda la existencia de su alma y de una conciencia espiritual única y transcendente. Por otra parte, aunque puede entenderse contradictorio, sin serlo, cada ser humano, como una máquina matemática, es único e individual, de tal manera que el funcionamiento de los algoritmos, dentro del inmenso e ingente marco de problemas, resultados y orientaciones, que proporcionarían conclusiones en cada individuo, serían diferentes. No existe un individuo igual a otro. Este hecho, que matemáticamente y biológicamente está acreditado, unido al funcionamiento algorítmico, suprimiría aún más la libertad de dicho individuo, el cual, no tendría “libre albedrio” y por tanto no elegiría ni decidiría nada, sino que lo que piensa y resuelve sería el resultado de sus propios algoritmos. ¿Dónde se encuentran entonces los aspectos religiosos relacionados con la espiritualidad del ser humano? ¿Dónde se encuentra la verdadera verdad?, ¿Dónde puede ejercerse la libertad?, ¿Somos responsables, realmente, de nuestros actos? Si el ser humano es el resultado de un conjunto de algoritmos, cuando deja de tener energía, cuando por vejez, enfermedad o por un accidente, su cuerpo material y físico deja de funcionar, solo dispone de su propia materialidad y su alma, lo que llamamos alma, que al parecer podría no haber existido nunca como tal, al ser solo un sistema de algoritmos, no existirá tampoco tras la muerte. Entonces, lo espiritual y lo intangible parece que formaría parte de la imaginación humana y no dejaría por tanto de ser la conclusión o el resultado de otros algoritmos. Estas conclusiones, de ser ciertas, ponen en discusión el valor de nuestra existencia y la naturaleza moral del ser humano, que le distingue del resto de los seres vivos y que le dota de la “libertad de elegir”, de la capacidad y de la facultad de actuar de modo consciente. Los actos humanos tienen un “aspecto objetivo” y un “aspecto subjetivo”. En el derecho penal, por ejemplo, la calificación de la falta o del delito, están condicionados por los dos aspectos. Una visión de la naturaleza biotecnológica y algorítmica del ser humano, lo puede transformar en un “ser irresponsable”, que no puede ejercer la “libertad de opción” al ejecutar sus actos y que por tanto, si no es libre, por muy sancionables que puedan ser dichos actos, los hechos que producen no son consecuencia de la imprudencia, la temeridad, la culpa o la voluntad expresa de su acción durante su existencia y la ausencia de libertad, justificaría la exoneración de responsabilidad alguna en su actividad humana. La naturaleza bioalgorítmica condicionaría de tal manera la voluntad humana, que ésta última sería ficticia, parecería ser el resultado de un conjunto muy complejo de datos que serían procesados de manera matemática para solucionar problemas y obtener resultados y en todo ese proceso, ¿Dónde estaría la voluntad? El historiador y filósofo actual Yuval Noah Harari, se pregunta “qué es lo que hace que nuestra especie sea tan especial […]. El Homo sapiens hace todo lo que puede para olvidar su naturaleza animal, pero es un animal». Nuestras relaciones con la naturaleza y con los animales quizás sean un prólogo de lo que nos espera cuando el mundo informático, cibernético y biotecnológico acaben demostrando que para la evolución no es necesaria la condición humana”. En la actualidad, los avances científicos y tecnológicos han acreditado que la sociedad humana se dirige hacia una sociedad inhumana, que no será ni mejor ni peor que la presente, sino diferente, con la particularidad de que los seres humanos, tal y como nos entendemos hoy, puede que nos extingamos y con nosotros, nuestra ética y moral. ¿Qué o quién nos podrá sustituir? ¿Esta visión es de ciencia ficción y no realista? Pensemos en los cambios que se han producido tan sólo en los últimos … setenta años, por dar un plazo reciente. Tan sólo en Occidente, la vida ha pasado del viaje en burro a las visitas a Marte, de enfermedades como el bocio y la tuberculosis, a la media de supervivencia de casi los noventa años y a la cirugía robótica. La ciencia camina a una grandísima velocidad, tanto, que no somos capaces de adaptarnos fácilmente a los cambios tecnológicos. En la actualidad existen técnicas para la manipulación genética que permitirían, potencial y prácticamente, modificar el riesgo del cáncer o la tendencia psicológica a la depresión o la tristeza, incluso definir una tipología ideal de ser humano. La nanotecnología ya no sólo permite la creación y modificación de materiales, sino la regeneración de tejidos humanos, permitiendo la recuperación de un corazón infartado, por ejemplo. La informática ya alcanza a introducirse en la naturaleza de los deseos y sentimientos humanos, encontrándose próxima la creación o más bien, la réplica, de un cerebro humano en un ordenador. Hablamos de un proyecto real, denominado «Proyecto Gilgamesh». Ese cerebro sería eso, una réplica, por tanto no sería humano sino informático. En muy pocos años se completará este proyecto. Todo ello es posible principalmente por la utilización de los algoritmos. Los ordenadores no sólo replican fórmulas y utilizan los datos a una gran velocidad, sino que aprenden por sí mismos, lo que paulatinamente excluirá la necesidad de la intervención humana. Pensemos en lo que ha cambiado la vida laboral, las tareas que antes se realizaban y cómo se realizan hoy. Los ordenadores, sin duda, han suprimido muchos puestos de trabajo y en el futuro el proceso de sustitución será bastante más intenso. Ya lo estamos apreciando. Los algoritmos se han apoderado de gran parte de las actividades de la sociedad, facilitan nuestra vida y nos dirigen hacia una humanidad caracterizada por los resultados económicos, convirtiendo éstos en la prioridad. Los algoritmos, incluso desde el exterior, nos conocen mejor que nosotros mismos. EL CONCEPTO JURÍDICO DE PERSONA Cuando se reflexiona sobre el uso de los conceptos de persona y de protección del derecho a la vida, existe la tesis 7 de que la vida humana podría protegerse sin necesidad de reconocer la personalidad del ser biológico que la sustenta. El término ha evolucionado desde del Derecho Civil primigenio hasta un concepto que interpreta las normas del Código Civil, de modo diferente, las cuales negaban la personalidad al que estaba por nacer, trasladando el derecho hasta el momento del parto. Ahora se entiende que los conceptos de ser humano, persona y derecho a la vida están directamente implicados y, en algunos sistemas jurídicos, la tutela del derecho a la vida del concebido no nacido se sustenta en el reconocimiento de su personalidad en cuanto ser humano individual desde el mismo momento de la fecundación. Sin embargo, a pesar de los avances producidos en la definición y redefinición de lo que es o debe ser el ser humano y la persona como tal, que ha alcanzado incluso, como se ha comentado, al momento de la fecundación, la realidad es que se produce un choque frontal entre los avances tecnológicos actuales y el mundo jurídico, ya que éste último podría encontrarse muy alejado de los últimos descubrimientos de la biotecnología y de la potencial naturaleza algorítmica del ser humano, en especial y por su repercusión, en aquellas materias jurídicas que se encuentran en el nivel más elevado de la pirámide del ámbito legal, es decir, en la legislación Penal, que utiliza, de un modo más garantista, (para una aplicación justa de las sanciones), exigencias como, entre otras, la necesidad de tener en cuenta la tipificación de la conducta, las circunstancias atenuantes y las eximentes de la responsabilidad, pero que ahora, ante la posible irrupción en la realidad de la citada biotecnología y del descubrimiento, comprensión, utilización y análisis de los algoritmos en el cerebro humano, se pueden tambalear los fundamentos y las bases que han servido desde tiempos inmemoriales para construir un conjunto normativo tan unido a la voluntad y al derecho de la libertad de los humanos, así como a las limitaciones en su ejercicio. Todo ello hace suponer que con el tiempo se requerirá un tratamiento jurídico diferente de la conducta y de las responsabilidades humanas, en especial en aquellos casos más extremos, de mayor repercusión mediática, social o que tengan especial gravedad, así como de la responsabilidad por los daños que produzcan. CONCEPTOS DE LIBERTAD, VOLUNTAD Y RESPONSABILIDAD La Real Academia Española, (RAE), define el concepto de “libertad”, entre varias acepciones, como la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”, también como “el estado o condición de quien no es esclavo”. También puede ser definido como 8 “la facultad que posee todo ser vivo para llevar a cabo una acción de acuerdo a su propia voluntad”. Si los avances biotecnológicos se acaban confirmando y detallan las características de la naturaleza algorítmica del ser humano, ¿Seremos esclavos de nosotros mismos?, su capacidad de obrar de una manera u otra, dependerá de la información y de los datos de los que disponga en cada momento de su vida y del proceso matemático, o más bien algorítmico, que intervenga en su cerebro para determinar los problemas y para alcanzar soluciones a los mismos. Aun siendo una facultad como ser vivo para llevar a cabo sus acciones, las decisiones que adopte el ser humano, en tales circunstancias, no parecen, en tal caso, que sean consecuencia de su “voluntad” y del “libre albedrío”. Para concretar la liberalidad de los actos humanos regidos por una naturaleza algorítmica, parece necesario también el analizar el concepto de “voluntad” y de nuevo la RAE, entre las acepciones que utiliza para dicho término señala que se define, como “la facultad de decidir y ordenar la propia conducta” o como el “libre albedrío o libre determinación”. Un ser vivo, como el ser humano, cuya actividad se desarrolle necesariamente mediante algoritmos, no dispondrá de voluntad, al no poder utilizar libremente la facultad de decidir y ordenar dicha actividad y no podrá disponer del “libre albedrío” para determinar lo que es moral o ético o lo que es positivo o negativo o lo que es bueno o malo, para él o lo que es correcto para sus congéneres o el medio en el que vive, y por tanto, para la sociedad humana que habrá que proteger, como un principio de supervivencia de la especie. Sino que se limitará a actuar conforme con el orden algorítmico, aunque dicho orden se dirija hacía el mismo objetivo, es decir, su supervivencia. Incluso, potencialmente, el ser humano podrá tener conductas negativas para él mismo, ya que el sistema algorítmico podría llegar a la conclusión de que el problema principal en el medio natural, quizá sea la existencia misma de los humanos. En tales circunstancias, nos preguntamos, ¿Dónde se encontrará su responsabilidad? Una vez más, al acudir a la RAE, entre las acepciones del concepto de “responsabilidad”, éste es definido como “la deuda, obligación de reparar y satisfacer, por sí o por otra persona, a consecuencia de un delito, de una culpa o de una causa legal” y visto el análisis realizado hasta aquí, ante una naturaleza humana bioalgorítmica, se podría considerar que ésta le priva al ser humano de “libertad” y de “voluntad”, por lo que difícilmente podría entenderse que un acto ejecutado por el mismo, en tales condiciones, pueda representar la exigencia de una deuda o de una obligación de reparar o satisfacer algo, ya que las dos premisas principales que justificarían dicha deuda u obligación tendrían que estar fundamentadas necesariamente en el ejercicio de esa “libertad” y “voluntad”, como actor directo o indirecto, por acción u omisión y en el marco de una ejecución específica culpable, temeraria o culposa, ni tan siquiera en el supuesto de que se le exigiera una “responsabilidad aquiliana”, ante hechos que debió predecir o por la mera generación de un riesgo. La “responsabilidad aquiliana” o extracontractual, es aquella que nace de una relación jurídica entre dos personas, que no se encuentran previamente unidas por vínculo contractual alguno, derivada de actos u omisiones no penados por la ley, imputables a una de ellas a título de culpa o negligencia, que produce daños en los derechos personales o patrimoniales de la otra y que se traduce en el deber de indemnizar los mismos. Algoritmos, actos jurídicos, responsabilidad ¿está la libertad en riesgo?. Incluso, como se indica, en la “responsabilidad aquiliana”, debe de concurrir una acción o una omisión a título de culpa o una negligencia y ante la ausencia de “libertad” y “voluntad” no sería exigible al actor una responsabilidad que tiene que estar fundamentada, necesariamente, en tales conceptos. Aunque en este estudio se pueda entender que la valoración de los adelantos científicos de la biotecnología y en particular, la influencia de una naturaleza del ser humano algorítmica, han sido llevados al extremo, en realidad, solo se ha hecho un mero acercamiento a las consecuencias que un descubrimiento finalmente contrastado y por tanto empírico de dicha cuestión, puede representar para la convivencia y la exigencia de conductas responsables adecuadas en una sociedad desarrollada. ALGUNOS CONCEPTOS JURÍDICOS A TENER EN CUENTA Pero vayamos hacia los actos que puede ejecutar el ser humano, para intentar obtener una perspectiva de su concepción jurídica en condiciones vinculadas con la naturaleza algorítmica del cerebro humano. Para ello resulta oportuno el intentar concretar lo que son los actos y los deberes jurídicos, la capacidad jurídica y de ejercicio de los derechos y las competencias jurídicas. Acto Jurídico Dentro de la brevedad que permite un estudio como el presente intentaremos llegar a dichas concreciones para luego vincular la repercusión de la potencial naturaleza algorítmica del ser humano con las mismas. Podríamos entender que el concepto de “acto jurídico” es aquel hecho que tiene su origen en la “voluntad humana”, es decir, es una manifestación de la voluntad que se hace con la intención de producir consecuencias de derecho, las cuales son reconocidas por el ordenamiento jurídico. En virtud de ello, son unos elementos fundamentales del “acto jurídico” la –manifestación de la voluntad–, tanto si se realiza de modo expreso como tácito y –un objeto que reconozca los efectos jurídicos–. En la práctica y conforme con la percepción de la realidad que hoy tenemos y del ser humano en particular, partiendo de la potencial naturaleza algorítmica del funcionamiento del cerebro humano, la manifestación de la voluntad realizada por un sujeto estará condicionada por dicha naturaleza algorítmica y también la valoración y reflexión de dicha manifestación de la voluntad por parte de otro sujeto, no pudiendo ambos actuar en el ejercicio de la “libertad” y de la “voluntad”. Los términos “libertad y “voluntad”, como ya se ha indicado, estarán en discusión. Se ejecutará la manifestación de voluntad y se producirá dicho reconocimiento mediante una consecuencia algorítmica y matemática, no controlable, involuntaria, que resolverá el supuesto o problema de un modo directo o indirecto, utilizando la información y los datos disponibles y eligiendo entre la diversidad de variables existentes, sin que tenga su origen el “acto jurídico” en la teórica “voluntad humana”, sino que la misma habrá estado sometida a procesos involuntarios. El deber jurídico Se puede considerar que el “deber jurídico” consiste en abstenerse del acto antijurídico, es decir, hay que tener en cuenta que las normas jurídicas contienen prohibiciones, autorizaciones y permisos y los seres humanos desean dar relevancia jurídica a sus actos. La valoración de lo que, conforme con las normas jurídicas está prohibido, autorizado o permitido, se determina mediante una valoración que efectúa el ser humano, en virtud de la conducta que desea realizar u omitir y dicha valoración en sí misma es un problema a resolver. Una naturaleza algorítmica seguirá un proceso de solución del problema sin que la conclusión este basada en un acto de voluntad humano y una vez más, dicho proceso, estará condicionado por la información y datos disponibles por el sujeto, de tal manera, que el proceso algorítmico podrá llegar a conclusiones diferentes en un humano y en otro y el valor de lo que puede ser un acto antijurídico o la limitación de la prohibición, autorización o permiso, también. Al no formar parte del deber jurídico, en tal supuesto, la voluntad, se desnaturalizaría también dicho concepto. Capacidad jurídica, de ejercicio y competencia jurídica El punto de partida es que la “capacidad jurídica” se adquiere por el nacimiento y se pierde con la muerte. Cuando el derecho otorga personalidad jurídica automáticamente reconoce la capacidad jurídica y esta es la aptitud para ser sujeto de derechos y obligaciones. “Capacidad de ejercicio” es la aptitud de la persona jurídica para ejercer y cumplir por sí misma sus derechos públicos y privados. “Competencia Jurídica” es el ámbito, esfera o campo, dentro del cual un órgano de autoridad puede desempeñar válidamente sus atribuciones y funciones. Es el poder o la facultad otorgada a un órgano jurisdiccional. Los conceptos de “capacidad jurídica” y de “ejercicio” y la “competencia jurídica”, bajo el punto de vista bioalgorítmico, deberían de ser interpretados en un régimen de igualdad entre los seres humanos, tanto en la perspectiva creadora de las normas, como en la perspectiva de la aplicación y cumplimiento de las normas. Un comportamiento humano, contemplado en la norma, deberá dar un mismo tratamiento jurídico para personas distintas, sin embargo, ni el comportamiento del creador de la norma, ni del sujeto al que se le aplica, ni de los jueces o miembros de los tribunales que la interprete, se derivarán de “actos de voluntad” libres, por lo que la exigencia de un tratamiento igualitario se puede desvanecer al no ser de aplicación el “libre albedrío”, sino un determinismo que se orientaría algorítmicamente en direcciones predeterminadas. EL CEREBRO Y SU OBJETO Es habitual considerar que los seres vivos son lo que a su vez es “su cerebro”. Esta afirmación no es del todo exacta, ya que el cerebro no sería nada sin el resto de la conformación del cuerpo y el cuerpo no sería nada sin el cerebro. Por lo tanto, el cerebro y el cuerpo mantienen una unidad interdependiente, sin que una parte pueda ser aislada de la otra. El fin o destino de nuestro cerebro es “percibir”, “pensar”, “razonar” o “aprender”, pero estas funciones sirven al conjunto del cuerpo para mantener su función final, que es orientar y dirigir la conducta. En el caso del “ser humano”, (el ser vivo más complejo que existe), se debate, como ya lo hemos hecho con anterioridad en este texto, entre las “causas” que podríamos considerar generales y los “efectos” que también tendrían esa consideración. Estas “causas” y estos “efectos”, tienen naturaleza “física” y se podrían encontrar, (bajo un punto de vista algorítmico), al parecer, determinadas. Es decir, ante un hecho A se produce un hecho B y siempre debe ocurrir lo mismo. Sin embargo, el “ser humano”, las “personas”, actuamos, también al parecer, de modos indeterminados y diferentes unas y otras, ante una misma “causa” y eso ocurre cuando la “causa es moral, social o psicológica”. Solemos pensar, por tanto, que es el cerebro el causante de nuestra conducta, pero la cuestión es más compleja y transciende o puede trascender de nuestra naturaleza física. No debemos olvidar que el cerebro es un órgano flexible y cambiante, que evoluciona a lo largo de la vida y se adapta a las particularidades de cada entorno. Así, la relación entre cerebro y conducta se ve modulada por diferentes aspectos, los cuales, tal y como venimos analizando, tienen una directa vinculación con los sistemas algorítmicos, pero dichos sistemas analizan problemas diferentes y alcanzan soluciones diferentes, en virtud de lo que hemos venido señalando como “información y datos” disponibles y estos se obtienen ante distintas premisas: — El medio ambiente: El medio y el entorno que nos rodea influyen en el cerebro y como consecuencia de ello en la conducta. Por ejemplo, la “información y los datos” del medio ambiente determinan las habilidades que se pueden obtener, como por ejemplo, en el lenguaje, el cual puede variar en función de que el medio y el entorno sean rurales o urbanos. Se ha demostrado científicamente que se establece un mayor número de conexiones sinápticas en individuos que se encuentran en entornos de los denominados “enriquecidos”, ya que estos ofrecen más posibilidades de acción, permiten mayor aprendizaje y estimulan los sentidos, lo que no ocurre en otro tipo de ambientes, que podríamos denominar “empobrecidos”. También existen factores del medio ambiente que pueden modificar el desarrollo del sistema nervioso, como en un entorno de pobreza y desnutrición. En definitiva, nuestro cerebro puede experimentar variaciones en su funcionamiento debido a la “información y datos” que se encuentran en el ambiente en el que nos desenvolvemos, y, por tanto, influir en la conducta. — Aspectos socioculturales e históricos: El cerebro se adapta a nuestro contexto sociocultural e histórico, por lo que su funcionamiento será distinto en función de la “información y los datos” a los que podamos acceder en virtud de la sociedad, de la cultura y del momento histórico en el que vivamos. — La filogenética y la genética: En nuestro cerebro se encuentra nuestra herencia filogenética, es decir, una herencia de la especie y de un modo más específico de nuestras vinculaciones y raíces familiares y/o consanguíneas. En el cerebro del “ser humano” se debe diferenciar una capa profunda o reptiliana, (la capa más antigua filogenéticamente), una intermedia o límbica, y una externa o neocórtex (la que diferencia a los humanos del resto de los seres vivos). Así, a medida que el “ser humano” evoluciona, su cerebro experimenta cambios para adaptarse a las características del medio ambiente en el que se encuentra y dichas variaciones se vinculan con las que a su vez tiene dicho medio. La genética establece cómo y cuándo se van a ir desarrollando las distintas partes de nuestro cerebro según la herencia familiar. Dentro de cierto rango, puede establecer variaciones como diferente sea la sensibilidad a las recompensas, ante las distintas probabilidades de provocar conductas y de atender necesidades. También si en el proceso de variaciones se producen mutaciones en los genes, el proceso variará, ocasionando distintos trastornos o cambios. — La ontogenia: El desarrollo del “ser humano”, como individuo y lo que aprende a lo largo de su existencia, condiciona también su conducta. Las experiencias que se han tenido son almacenadas en nuestro cerebro, (memoria) y sirven como orientación para generar, (decidir, elegir), determinadas conductas u otras. Esto ocurre, por ejemplo con el placer o el dolor, (que son percepciones simples). La observación de personas con lesiones cerebrales, viene permitiendo científicamente considerar que, dichas lesiones, producen cambios de comportamiento. La Neurociencia se encarga de buscar vínculos entre estructuras cerebrales determinadas y ciertas conductas y utiliza técnicas de neuroimagen para determinar la localización de la lesión y se examina el perfil neuropsicológico del individuo. Si el patrón se repite en un gran número de pacientes distintos, puede decirse que cierta área cerebral se relaciona con la función dañada. Todo ello nos indica que existe una relación compleja e interdependiente entre cerebro, cuerpo y conducta. El cerebro recibe “información y datos”, así como influencias externas e internas que permiten desencadenar las conductas más apropiadas en cada momento. Nuestro comportamiento, por otra parte, da lugar a determinadas consecuencias en el medio, que pueden considerarse como positivas o negativas para nosotros. Dichas consecuencias nos hacen aprender y varían las posibilidades de que esa conducta se repita o no, (el instinto de supervivencia es uno de los atributos que se utilizan). La experiencia, mediante el aprendizaje acaba produciendo modificaciones a nivel cerebral, en particular, en las conexiones sinápticas de nuestro cerebro. EL CEREBRO HUMANO, LOS ALGORITMOS Y EL APRENDIZAJE Según la divulgación científica que hoy se puede leer en diversas revistas de estas características, se dice que el cerebro calcula la diferencia entre lo que se espera y lo que se logra y que este algoritmo nos permite refinar el programa motor y, con ello, lograr un control mucho más preciso de nuestras acciones, sin embargo, D. Mariano Sigman, Fundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial en la Universidad de Buenos Aires, ha dado como respuesta que –en su opinión no hay un algoritmo de aprendizaje en el cerebro humano. Hay, de hecho, muchas maneras diferentes de aprender. El aprendizaje en el cerebro puede medirse cambiando patrones de expresión genética de una neurona, cambiando su forma, su membrana, su capacidad y también aumentando o disminuyendo la fuerza de las conexiones a otras neuronas y así sucesivamente–. Dice Sigman que –muchos neurocientíficos, (incluyéndose el mismo), soñarían con tener una descripción compacta y breve de cómo funciona el cerebro. De la misma manera que en la física tenemos leyes muy simples como F = ma o E = mc2 que describen cómo la materia se comporta y cambia, soñaríamos con tener un nivel similar de descripción para el cerebro. Pero Sigman sí reconoce que “algunos algoritmos de aprendizaje y principios para el cerebro” se conocen. Por ejemplo, un supuesto que se considera muy eficaz para comprender distintos aspectos del aprendizaje, que se conoce como error de predicción, señala Sigman que es: –La manera en la que el cerebro se mueve y controla un brazo para alcanzar algo. Todos hacemos esto, pero ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo hemos aprendido los patrones de actividad neuronal que resultan en simples comportamientos cotidianos?–. En su exposición, Sigman comenta que: –Al intentar mover el brazo por primera vez para alcanzar algo, un bebé explora un amplio repertorio de comandos neuronales. Algunos, por casualidad, resultan ser eficaces. Después este mecanismo se vuelve más refinado y para los comandos neuronales que se han seleccionado el cerebro genera una expectativa de éxito, lo que permite asimilar las consecuencias de sus acciones sin tener que llevarlas a cabo, o los futbolistas que no corren tras el balón porque saben que no pueden alcanzarlo–. En la respuesta de Sigman se añade que: –El cerebro calcula la diferencia entre lo que se espera y lo que se logra. Este algoritmo nos permite refinar el programa motor y, con ello, lograr un control mucho más preciso de nuestras acciones. Así es como nuestro cerebro aprende a jugar tenis o un instrumento. Este mecanismo de aprendizaje es tan eficiente que se convirtió en moneda común en el mundo de los autómatas y la Inteligencia Artificial. Un drone aprende a volar literalmente, y un robot a jugar al ping-pong, utilizando este procedimiento, que es tan simple como es eficaz–. Éste es uno de los algoritmos, en este caso de aprendizaje, que se han descubierto, pero Sigman no lo considera un algoritmo de aprendizaje y le cuesta creer que algún día se llegue a saber cómo funciona realmente el cerebro. Por el contrario, otros científicos consideran que “un algoritmo en el cerebro es la base de la inteligencia”. Se considera que el cerebro humano dispone de unos 86.000 millones de neuronas y cada una de ellas tiene decenas de miles de sinapsis, lo que incrementa el cálculo a billones en el número potencial de conexiones entre ellas. Los neurocientíficos se preguntan ¿Cómo es capaz el cerebro, por encima incluso del hardware y software más sofisticados, de categorizar y generalizar, dando lugar a conocimientos y conceptos abstractos? Muchos expertos consideran que podría ser aplicable el principio de “diseño” básico a partir del cual se origine la inteligencia y evolucione el cerebro, de la misma manera que la doble hélice del ADN y los códigos genéticos son universales para innumerables organismos. El Doctor Joe Z. Tsien, neurocientífico de la Universidad de Augusta en Georgia, Estados Unidos, ha obtenido indicios de que el cerebro funciona con arreglo a una lógica matemática bastante simple. Esta es la base de la Teoría de la Conectividad de Tsien, un principio fundamental sobre cómo nuestros miles de millones de neuronas se ensamblan y alinean no solo para adquirir conocimientos, sino también para sacar conclusiones de ellos. En el año 2015, el Doctor Tsien publicó por vez primera esta teoría en un ensayo breve, en la revista académica Trends in Neuroscience. En la actualidad ha documentado con su equipo el “algoritmo que parece funcionar en siete diferentes regiones cerebrales implicadas en esas cuestiones básicas, en ratones y hámsteres”. Los resultados de su trabajo se han publicado en la revista académica Frontiers in Systems Neuroscience. Para que sea un principio universal, se requiere que opere en muchos circuitos neurales, así que Tsien y sus colaboradores, seleccionaron siete regiones cerebrales distintas y han encontrado firmes indicios de que este principio universal opera en todas ellas. Los resultados de los avances que se obtengan de esta investigación en el futuro y en especial en su aplicación al funcionamiento del cerebro del “ser humano”, determinarán el grado de determinismo de nuestro comportamiento y las implicaciones que puede tener en el ejercicio del derecho al “libre albedrio” y a la responsabilidad inherente a nuestra conducta. Mediante la concreción y definición del ya denominado “algoritmo de la inteligencia”, se reanalizarán cuestiones tan fundamentales como el ateísmo y el teísmo y las normas legales que regulan el comportamiento de los “seres humanos”, requerirán muy probablemente un tratamiento distinto al actual. LOS ALGORITMOS, EL TEÍSMO Y EL ATEÍSMO El escritor y filósofo Antony Flew, que durante décadas fue lo que podríamos denominar el líder del movimiento ateísta, recientemente ha cambiado de criterio y en el simposio que se celebró en New York University en el año 2004, defendió una postura teísta, entendiendo que sus trabajos anteriores habían incurrido en errores fundamentales. El debate sobre el teísmo y el ateísmo tiene mucho que ver con el descubrimiento de los algoritmos, las investigaciones sobre el ADN y la observación del universo. Si un Dios omnipotente puede crear seres humanos de una forma tal que los mismos escojan “libremente” obedecerle, significaría que la defensa tradicional del “libre albedrío” no podría librarse de la idea según la cual Dios predetermina todas las cosas, incluso las elecciones teóricamente libres. Resulta interesante, a la vista de lo indicado en el párrafo anterior, el hecho de que los seres humanos ante una misma “causa moral, social o psicológica”, se comporten de un modo diferente, sin que pueda ser predecible, al menos en apariencia, el “efecto” que se produzca; así como la distinción existente con las “causas físicas”, que de un modo determinista, producen un efecto concreto y predecible. Aunque existen muchas matizaciones al respecto, es frecuente que los ateístas suelan defender la incompatibilidad entre el determinismo y el “libre albedrío”, mientras que los teístas, suelan defender la compatibilidad. En este último caso, precisamente sobre el fundamento de que el ser humano no es solo algo físico, (determinado por los algoritmos), sino entendiendo que también es algo más. Se considera una muestra significativa, la necesidad de que para crear la inmensa complejidad del funcionamiento algorítmico, de la vida y del mismo universo, las probabilidades de que los procesos hayan surgido de modo casual son inexistentes, por lo que la existencia de Dios es defendible. En esta última línea de pensamiento, importantes analistas destacan, la llamada “teoría del mono”, que por muchos golpes que impriman unos monos sobre un aparato informático, con una programación musical, no conseguirán generar una sinfonía, ni tan siquiera una pieza musical debidamente coherente, hace falta que exista una inteligencia superior para ello. En todo caso, cada sujeto, en virtud de la información y de los datos a su disposición deberá de valorar el resultado de dicho debate. ALGUNAS CONCLUSIONES Y COMENTARIOS A) Parece oportuno distinguir lo que denominaríamos “algoritmos externos”, que serían todos aquellos que utiliza el ser humano para crear sistemas o elementos de diferente naturaleza para la ejecución de sus actividades, (acciones y mociones, activas o pasivas), de los “algoritmos internos”, que formarían parte de la propia biología del ser humano y particularmente del funcionamiento del cerebro. B) Partiendo de la distinción anterior, en el estudio de los algoritmos y de su influencia en la conducta humana, se propone también distinguir como “algoritmos externos”, al menos: — Los algoritmos externos que son utilizados como medio de avance tecnológico en los sectores de las ingenierías en todas sus especialidades energéticas y mecánicas, así como constructivas, los cuales tienen una clara utilidad para la evolución de la sociedad humana. — Aunque se puede entender que forman parte del supuesto anterior, es obligado destacar por su trascendencia, los algoritmos externos aplicados al sector de la robótica, los cuales ya hace tiempo que han modificado los hábitos en las sociedades desarrolladas y que en la actualidad y en poco tiempo, alcanzaran niveles de independencia y aplicaciones que desarrollarán actividades con mayor calidad y velocidad que los seres humanos, incluso sin depender de ellos, lo que hace suponer que en un futuro no tan lejano, el paro y los cambios en una diversidad de actividades económicas, generarán un paradigma social que habrá que resolver. — Los algoritmos externos que son utilizados como medio de avance tecnológico para detectar, sanar e intervenir quirúrgicamente enfermedades, que también tiene una clara utilidad para la evolución de la sociedad humana, mediante la obtención de mayor calidad de vida y mayor tiempo de supervivencia. — Los algoritmos externos que son utilizados a nivel estadístico para el análisis y estudio de los comportamientos, tendencias, necesidades e intereses humanos, en sus acciones y mociones. Que pueden ser considerados de utilidad, siempre que los mismos sean empleados con una orientación no manipuladora por parte de los focos de poder financiero, político o comercial. Es importante señalar que estos tipos de algoritmos externos en la actualidad son ya muy utilizados, condicionando la vida de los seres humanos de modo significativo y no precisamente con orientaciones beneficiosas o positivas para la población en general. — Los algoritmos externos que son utilizados especialmente como medio de avance tecnológico en el sector de la informática, que habitualmente son empleados con un grado de influencia en el cerebro humano, que pone en discusión la ética y moralidad de su uso por las grandes medios de comunicación, en sus distintas áreas. C) También se propone distinguir entre los “algoritmos internos”, al menos: — Los algoritmos internos directamente vinculados con el ser humano físico, que justificarían los movimientos y percepciones, también físicas, en sus diferentes formas y variables. — Los algoritmos internos directamente vinculados con el ser humano físico y su naturaleza en sus acciones y mociones reflexivas o del pensamiento, que pueden ser calificados con un resultado determinista e incompatible con el “libre albedrio”. — Los algoritmos internos condicionados por la existencia de una diversidad de agentes externos e internos, que podrían considerarse compatibles con el “libre albedrio” y que pueden ser calificados con un resultado indeterminado e impredecible. D) En lo que se refiere a los algoritmos externos, los avances tecnológicos se encuentran ya entre nosotros y paulatinamente se aprecia su evolución y perfeccionamiento. En lo que se refiere a los algoritmos internos, los avances tecnológicos y entre ellos, los biotecnológicos vinculados con la naturaleza algorítmica del ser humano, requieren más avances, pero las hipótesis y las evidencias, parecen señalar que nuestro cerebro utiliza algoritmos para el aprendizaje y para la ordenación y conexión cerebral e incluso lo que se viene en llamar un “algoritmo de la inteligencia”. E) En tanto en cuento se sigan produciendo mayores avances en la utilización de los “algoritmos externos”, las actividades humanas se encontrarán más condicionadas por la robótica, la cual es posible que acabe sustituyéndolas e incluso adquiriendo independencia de la mano del ser humano. Por otra parte, las necesidades, deseos y por tanto la voluntad del ser humano, cada vez más, en virtud del uso informático de los “algoritmos externos”, está siendo y será orientada y dirigida, de tal manera que la “libertad” o el “libre albedrió” en las decisiones y conducta, se verán condicionadas o suprimidas, por lo que podemos considerar que dicha “libertad” y por tanto el “libre albedrío” están en riesgo. F) Mayor significación aún tendrán los avances biotecnológicos que se puedan producir en el futuro si de los mismos se desprende empíricamente que los “algoritmos internos” son el fundamento del funcionamiento de nuestro cerebro, ya que el ser humano, en el caso de que los resultados sean deterministas, no tendrá una voluntad libre y por tanto, se encontrará exento de responsabilidad de las consecuencias derivadas de sus actos. Estas investigaciones podrán servir para justificar o rechazar las creencias ateístas o teístas. Este artículo es una breve aproximación a una temática de grandes dimensiones por lo que la pretensión principal de su autor ha sido tan solo presentar al lector unos hechos y unos argumentos para reflexionar sobre el presente y el futuro. Se publicará próximamente en un libro dedicado al profesor Jesús Lima en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, con sus referencias. Autor: Jesús Benítez Benítez

martes, 2 de julio de 2019

EL VIEJO DEL PARQUE ¿UN HECHO REAL?

EL VIEJO DEL PARQUE ¿UN HECHO REAL? Era viejo y arrugado. Caminaba despacio, con pisadas cortas y algo inclinado hacia delante. A veces, se sentaba en un banco del parque y permanecía mucho tiempo con la mirada fija en algo. Miraba mientras sus ojos azules y claros, se mantenían en esa observación hacia un infinito indeterminado, que tenía algo de absurdo, de lejano y de extraño. Entonces, justo en esos instantes, todo debía desaparecer de su mundo y se trasladaba a otro lugar lejano, en el que la vejez no existía, como tampoco el dolor ni el sufrimiento, el viejo relajaba la cara y extendía una amplia sonrisa, por la que sabías que había llegado hasta allí, a ese lugar que solo debía de estar en su imaginación o que pertenecía al pasado, al suyo y en el que él se sentía libre y sin límites para correr, moverse y pensar, con plenas facultades y energía. Lo supe por casualidad. Algunos días acudía al parque para hacer ejercicio o simplemente, con un libro en las manos, para leer tranquilo bajo la sombra de un olmo o de un plátano, mientras los olores del boj o de alguna rosaleda, se movían con la brisa fresca de la mañana. En ocasiones, el parque era un lugar frío, con nieve que alcanzaba hasta el estanque y no se podía casi caminar, sin embargo, el viejo siempre solía estar allí, bien dando pasos lentos por las pequeñas callejuelas y paseos que lo recorrían o sentado en un banco de madera, con esa mirada fija, con la que parecía en realidad, no mirar a ninguna parte, pero que le trasladaba hasta ese mundo libre, donde podía hacer lo que quisiera. Una de esas mañanas; entonces era primavera; le vi una vez más allí sentado. No solía cambiar mucho de lugar. Cómo mucho, elegía uno u otro de los bancos que había distribuidos bajo las sombras, en el recorrido que ascendía desde la plaza hasta el estanque. Me acerqué hasta el banco donde estaba y me senté a su lado. No me fue difícil iniciar una conversación con él, sin embargo, desde el principio, hubo algo extraño, diferente, que por una parte me aproximaba mucho hacía él y por otra, me alejaba inexorablemente de su presencia. Me contó, con una voz quebrada y grave, que había vivido en Cuba y viajado en barcos mercantes durante años. Mientras hablaba no se dirigía hacia mí y mantenía impertérrito su mirada dirigida hacía ese vacío aparentemente distante. Sus ojos azules y claros no miraban en verdad, más bien veían en una profundidad volátil, pero muy definida, las imágenes que él quería en cada momento; aunque, en ocasiones, no era así, en general mantenía una amplia sonrisa, con la que mostraba su satisfacción por poder observar lo que quería y rechazar, en la mayor parte de los casos, lo que no deseaba. Así me lo contó, pasado algún tiempo, no exento de cierto entusiasmo, pero sobretodo, dotado de gran convicción, para con inmediatez volver a esa especie de estado catatónico y único que le alejaba del todo. Me dijo que estaba casado y que tenía un hijo mayor que ya vivía por su cuenta. En un momento de especial lucidez destacó que la vejez le impedía ser él mismo, eso decía y entonces le pregunté el motivo por el que realizada ese comentario. Sus palabras salieron de su boca con una fluidez fuera de lo común y de una manera delicada, pero firme, me comentó que desde hacía algún tiempo había dejado de ser él mismo, que sus recuerdos no eran los suyos, que sus deseos eran los de otra persona para él desconocida, que la vejez, en suma, había mutado sus sentidos y sus deseos. Le había costado mucho aceptar esta nueva situación, pero, desde el día en el que descubrió que con su mirada podía ver lo que quisiera, fuese cual fuese el tiempo, su vida había cambiado. Incrédulo y desconfiado, me atreví a afirmar que lo que me contaba no podía ser así, sino que tan solo se trataría de una visión personal, que le hacía percibir las cosas de otra manera. Él no me contestó y se quedó en silencio hasta que me marché. Al día siguiente, cuando acudí al parque, volví a verle sentado de nuevo en un banco, pero en esta ocasión, bajo la sombra de un sauce, cerca del estanque. Me acerqué para sentarme a su lado. Al saludarle, no me reconoció. Le dije que había estado hablando con él durante el día anterior y volvió a insistir en que no lo recordaba. Sin darle mucha importancia, una vez más, entablamos conversación, me comentó que tuvo que marchar de Cuba y que navegó durante muchos años en barcos mercantes por el océano atlántico, el índico y el pacífico. Añadió que no hizo tantos viajes por el mar mediterráneo, aunque, casualmente, la mayor y más gigantesca tormenta que sufrió durante su experiencia marinera, fue precisamente en el mar mediterráneo, en el mar más sosegado y tranquilo. Ese hecho lo atribuyó a la conjunción extraña y casi inexplicable, de la aparición inesperada de los vientos aliseos, contraliseos y circumpolares, que, según él, por motivos desconocidos, fueron a reunirse en el punto exacto por el que el barco donde navegaba se encontraba en ese instante, justo en el centro geográfico entre las profundidades, la luna llena, la costa africana y las orillas de la península de Italia. Ante tal cúmulo de coincidencias y acontecimientos, me atreví a expresar discretamente mi incredulidad. Él no contestó y volvió a quedarse en silencio hasta que me marché. La siguiente semana el tiempo fue muy inestable, llovió mucho y hubo días muy ventosos, por lo que no acudí al parque hasta el lunes siguiente, en el que la mañana era templada y agradable. Subí por el paseo y no encontré a aquel viejo sentado en ninguno de los bancos, llegué al estanque y después de hacer un recorrido para circundarlo, seguí sin encontrarlo. Finalmente opté por buscar un lugar en sombra y tranquilo para continuar la lectura que estaba haciendo desde unos días atrás de la novela Rayuela, de Julio Cortazar. Cuando abrí el libro y separé el marcador que tenía dispuesto en él. Escuché una voz quebrada y grave a mi lado y con cierta sorpresa me giré para saber de quien se trataba. Era el viejo, que se había sentado en el otro extremo del banco y que me daba los buenos días. Le contesté el saludo y me quedé mirándole sin disimulo, también con mucha curiosidad. Él no estaba en absoluto pendiente de mí. Allí sentado miraba otra vez, con esos penetrantes ojos azules, hacía una distancia indefinida. Ni tan siquiera los reflejos del agua, provenientes del estanque, le desconcentraban. Sonreía de vez en cuando, hacía una mueca relajada y feliz, para volver a mantenerse serio y expresar quizá, cierta ansia o angustia, quedando a la espera del acontecimiento siguiente. Yo no sabía qué hacer, si interrumpir sus meditaciones y extrañas observaciones o permanecer sin decir nada y sumido en la lectura. Finalmente no lo pude evitar. Me presenté haciendo referencia a nuestro pasado encuentro, pero él no lo recordaba y dijo con seguridad que no me conocía. Decidí no darle importancia a ese hecho e inicié con él una conversación en la que me contó, que huyó de Cuba con la familia, perseguido por la Policía Nacional Revolucionaria, sin bienes, ni riquezas. Dijo que echaba de menos aquellas playas y las fiestas. Comentó, otra vez, que había navegado muchos años en barcos mercantes, en especial en el Océano índico, donde tuvo que luchar contra los piratas y algunos negreros, que aún en el siglo XX, según él, existían. Destacó que en una ocasión, conoció a un hombre negro más alto de tres metros, cuyos pies eran tan grandes, que con ellos podía aplastar a los jabalíes, así como a otros marranos de diversa índole y naturaleza, ganadería bovina y diversos cuadrúpedos lanares y esquivos. Tras una breve pausa, añadió que también podía con esos pies represar arroyos o cavar profundos pozos, pero que, por cualquier cosa y sin aparente motivo, no lo podía evitar y rompía a llorar. Me quedé perplejo después de escuchar aquellas palabras, supe al instante, equivocadamente, que aquel viejo, una vez más, se mofaba de mí y no supe que decir. Un silencio largo se produjo entre nosotros, mientras él seguía manteniendo fija su mirada en ese infinito irreconocible para mí. De nuevo, de modo imprevisto y aun manteniendo su misma posición, me preguntó qué opinaba sobre todo aquello y no me atreví a responder que no me parecía cierto, que era un cuento chino lo que me había contado, así que, opte por no decir nada. Ante la falta de contestación por mi parte, añadió, que en la distancia, en ese mundo libre y hermoso que podía ver de vez en cuando, solo sobrevivían los jóvenes de espíritu y que en él no podían entrar los ignorantes. Decidí intentar iniciar de nuevo mi lectura, volví a tomar con una mano el marcador y abrí el libro. Entonces, el viejo, dijo con un tono de voz más elevado, que la memoria, los recuerdos, no se podían distinguir de la imaginación y que cuando se es viejo, lo imaginado y lo real deben caminar juntos, ya que de lo contrario, los viejos son solo eso, viejos, seres sin futuro y sin pasado, que a nadie interesan. Estuve a punto de intervenir, de comentarle que la vejez era un período de la vida de gran interés y otras muchas cosas, pero al sentir, como sentía, que aquel viejo no hablaba para mí, sino para sí mismo, cerré de nuevo el libro, me despedí y me marché. Al día siguiente, caminaba tranquilo de nuevo por el parque, era un poco más temprano y una brisa ligera refrescaba el ambiente. Hice un recorrido largo junto al arce japonés, el abedul, el naranjo de los Osage y el podocarpo, hasta que, una vez había dejado atrás una hermosa haya y una araucaria, me paré justo al pie de la secuoya gigante, donde había un banco de madera. Me senté con el libro entre las manos, ya me quedaban solo las últimas páginas intercaladas de Reyuela por leer. Estuve allí, inmerso en la lectura y cuando terminé el libro y al tiempo que lo cerraba con el marcador en la mano, con una especial sensación placentera, comprobé que a mi lado izquierdo, se encontraba el viejo. Casi di un respingo y algo inquieto me quedé observándole sin decir nada. Él estaba en su posición habitual, con la mirada dirigida a ese infinito imaginario en el que se sentía libre y me costó interrumpirle de esa meditación alegre en la que se encontraba, a la vista de la sonrisa que tenía y que mantenía durante largo rato. Al final le salude y antes de que pudiera hacer referencia alguna a nuestros encuentros anteriores, él levantó una mano para dar mayor importancia a lo que iba a decir y con gran seguridad y convencimiento dijo, que no lo recordaba, que no volviese a insistir, sin duda que no nos conocíamos. ¡Qué situación más absurda!. Pensé y a continuación le comenté, algo temeroso, que no le había preguntado nada aún y que no entendía muy bien sus palabras. Él no me contestó. Esperó unos instantes y luego dijo que parte de su familia había muerto en Cuba, pero que él, en realidad, no era cubano, sino gallego. Destacó que su padre había nacido en A Coruña y su madre era de Ponce Maceira, una preciosa aldea que se encuentra a orillas del río Tambre, en la Comarca de Compostela. Hizo una pausa y cuando lo estimo oportuno añadió que, sus ancestros provenían de muy lejos, Baviera, de las tierras alemanas, pero que, sin embargo, él se sentía gallego. Luego, otra vez, insistió que durante muchos años había navegado en barcos mercantes y dijo que, en uno de aquellos viajes, conoció al hijo del gobernador de Liberia. Al parecer, según comentó, Liberia, es un país que se fundó por ciudadanos de los Estados Unidos, como colonia para esclavos africanos, y solo existe otro estado en el mundo creado por ciudadanos de un país como asentamiento para los antiguos esclavos, Sierra Leona. Después de esa larga disertación se quedó callado. A continuación no tuve otro remedio que preguntarle; ya que durante los días anteriores me había quedado con la duda; ¿Qué es lo que está mirando y lo que ve?. Dije. No me respondió y cuando ya iba a hacer el ademan de levantarme respondió, la libertad, soy viejo pero soy libre. ¡Era la primera vez que había atendido a mis palabras!. ¡En aquella ocasión no solo había hablado para él mismo, sino respondido a mi pregunta!. Me sentí especialmente bien y decidí intentar con él una nueva conversación, pero…, no tuve éxito. El viejo, ante mis preguntas y comentarios, no dijo nada, se mantuvo en su misma posición, como si yo no existiera en realidad. Ya cansado, decidí levantarme, me despedí y empecé a caminar. No había dado más de cuatro o cinco pasos, cuando una señora se acercó hasta mí y tomándome delicadamente del brazo me preguntó de qué lo conocía. No supe que decir. Ella me miró sonriente y con una expresión comprensiva me contó que ella era su mujer y que yo había conseguido algo verdaderamente dificil. Dicha afirmación me dejo perplejo y pregunté el qué. Me respondió que hacía mucho tiempo, su marido no era capaz de compartir ningún espacio con nadie, no podía estar acompañado. Solo lo aceptaba en la casa familiar. En el parque se desplazaba de un lugar a otro evitando el encuentro con cualquiera, si se sentaba en un banco y alguien se acercaba, su reacción era siempre la misma, levantarse y tomar cualquier dirección para evitarlo. Aquella mujer, salía todos los días al parque vigilándole a distancia, para que se sintiese cómodo y realizase una rutina tranquila. Sin embargo, desde hacía días, ella había visto que ese comportamiento no se había producido conmigo. Sonreí y la dije que, en cualquier caso, no había podido mantener una conversación con él y destaqué que, solo ese mismo día, había respondido a una pregunta mía. Ante esa manifestación por mi parte, aquella señora no pudo evitar que se le saltasen las lágrimas, destacó la gran trascendencia que ese hecho tenía para ella y me dijo que desde su vuelta a España, no había tenido esperanza, pero que ahora, algunas cosas podían cambiar. Para tranquilizarla estuve un buen rato hablando con ella y me relató la difícil experiencia que representaba convivir con una persona en aquel estado y que su amor por él, era la causa y justificación principal para atenderle, siempre había sido un hombre afectuoso, bueno, muy libre y feliz y hoy no sabía lo que pasaba por su cabeza, me dijo. En un momento dado, la pregunte cómo se llamaba aquel viejo. Me respondió, Alois Alzheimer y me abrazó. Todo pareció adquirir una luz diferente. Durante muchos días seguí manteniendo contacto con Alois en el Parque, la mayor parte de las veces no parecía atender a mi presencia, aunque yo sabía que él se encontraba cómodo conmigo, otras, de modo inesperado parecía reconocerme. Confirmé que sí había sido marino mercante, viajado por todo el mundo y que sus abuelos, al parecer, vinieron a España desde Cuba. También, de joven, había vivido en Baviera, Alemania, pero tuvo que huir de allí por el nazismo y la guerra mundial. Fue catedrático en la Universidad de Compostela, especializado en física cuántica y aún hoy sus libros y ensayos, son utilizados en las facultades como obras de referencia. Su mujer, se llama Silvia, es una reconocida psiquiatra, que entrevistan en los medios de comunicación con relativa frecuencia. Aprendí pocas cosas de él, pero todas ellas fueron importantes. A los pocos meses, deje de verle tanto a él como a ella y hoy los hecho mucho de menos. En ocasiones, cuando me quedo pensando y con la mirada fija, entonces tengo el deseo oculto de no volver a la realidad, al menos a la teórica, como él decía, ya que en esos instantes de alejamiento e infinitud, el tiempo y el espacio no parecen existir y me siento libre. Jesús Benítez Benítez Junio 19