domingo, 25 de mayo de 2014
FRASES DEL PRESENTE
FRASES DEL PRESENTE.-
A LAS PERSONAS SE LAS CONOCE POR SUS OJOS. LA CEGUERA NÚNCA SE VE. CONOZCO MUCHAS PERSONAS CIEGAS QUE PIENSAN CON GRAN LUCIDEZ Y MUCHAS QUE NO LO SON, PERO QUE NO QUIEREN VER.
EL DESCUBRIMIENTO DE LA VERDAD SUELE SER MENOS SORPRENDENTE QUE LA MENTIRA. VIVIMOS TODOS LOS DÍAS CON MENTIROSOS Y LOS HONESTOS CASI SIEMPRE SUFREN MUCHO MÁS.
NO DESEO NADA MÁS QUE VIVIR Y ESO RESULTA TAN DIFICIL...SIN EMBARGO, LA VIDA ES LO MÁS EXTRAORDINARIO QUE EXISTE, YA QUE SIN ELLA NO HABRÍA NADA FACIL O DIFICIL. SIMPLEMENTE NADA EXISTIRÍA.
MEJOR UNA TROMPETA QUE UN PISTOLÓN
EL FUTBOL.-
MEJOR UNA TROMPETA QUE UN PISTOLÓN
Ayer, con la competición futbolística, ya os
podéis imaginar cómo estaba Madrid.
En éste país, aunque una vez más sea tópico decirlo, el futbol es una enfermedad
contagiosa y muy extendida, que te suprime gran parte de las neuronas y cuando
quieres darte cuenta, la única que te queda solo te sirve para soplar una
trompeta larga y muy sonora y con ella te dedicas a dar el coñazo a toda la
vecindad. Como son muchos los enfermos, aquellos que no padecemos este mal,
sufrimos una sordera terrible y nos convertimos durante las celebraciones
futbolísticas, en seres sin conciencia, con un estado de nervios insoportable,
hasta que un estado catatónico, te hace perder el sentido de la realidad. Las
probabilidades de que acabes buscando otra trompeta son enormes. En otros
casos, como en el mío, sufro éstos acontecimientos luchando por el equilibrio
mental y reflexionando sobre la animalidad humana y justifico este tipo hechos diciéndome
una y otra vez a mí mismo, que sin futbol habría revoluciones y guerras. Sobre eso
creo que los políticos tienen mucho conocimiento. Mejor es una trompeta sonora que un pistolón.
domingo, 18 de mayo de 2014
FRASES DEL PRESENTE
FRASES DEL PRESENTE.-
¿Podría pensarse que la vida es un camino?
No todos los caminos tienen un destino.
Cuando los pasos te llevan, no eres tu el que busca el recorrido.
Recorrer es lo que da a la vida contenido.
Saberlo es lo que le da sentido.
Aprender no siempre tiene un motivo.
He visto hombres sabios que no sabían leer, sin embargo, un libro puede enseñarte a ver.
¿Podría pensarse que la vida es lo que he elegido?.
Nadie elige. Eso lo sé bien.
He visto hombres eruditos muy ciegos, aunque lo piensan y dicen saber.
La felicidad es un hermoso paisaje.
La tristeza es una noche sin luna.
El amor es la mejor mentira del mundo.
El odio es la ceguera más dolorosa.
El sufrimiento es el descubrimiento de uno mismo.
El ser humano es el animal más anormal de la existencia. La teoría del Caos lo demuestra.
viernes, 16 de mayo de 2014
FRASES DEL PRESENTE
FRASES DEL PRESENTE.-
LAS PALABRAS NO TIENEN SENTIDO SI NADIE LAS ESCUCHA O LAS LEE. UNA PALABRA NO TRANSMITIDA ES UNA PALABRA MUDA Y POR TANTO INEXISTENTE.
QUIEN ESCRIBE EN SECRETO, COMETE UNA ESTUPIDEZ.
QUIEN LEE A OTRO PENETRA EN EL INTERIOR DEL OTRO.
TODAS LAS PALABRAS SON PRÓLOGOS DE LA MUERTE, PERO TAMBIÉN SON LA VIDA. UNA VIDA SIN PALABRAS ES AÚN MUCHO MÁS TRISTE.
EL PRECIO DE LA SENCILLEZ ES EL TEMOR DE MUCHOS, LA INCOMPRENSIÓN DE OTROS Y EL DESPRECIO DE LOS TONTOS.
LA LUCIDEZ ES UN DESCUBRIMIENTO DIARIO, TAMBIÉN UN GRAN SUFRIMIENTO EN UN MUNDO DE FICCIÓN.
NOVELA DESEO, El proyecto Eclipse de Jesús Benítez.- Primeras páginas.
NOVELA.- TÍTULO DESEO, El proyecto Eclipse. Autor: Jesús Benítez. Editorial: Pigmalión.
PRIMERAS PÁGINAS.- Con la lectura de ésta primeras páginas puedes introducirte en el relato...Una aventura de ficción que tiene mucho de real.
EL PROYECTO ECLIPSE
¿La realidad supera a la ficción o es a
la inversa?
NOVELA
La historia que voy a relatar no es
producto de la imaginación. Hace ya mucho tiempo, al visitar una librería de viejo hoy
desaparecida, a la que acudía habitualmente
para obtener algunos ingresos con la venta de mi biblioteca, el librero me
entregó las devoluciones de los libros que días antes yo había llevado con el mismo propósito sin haber
tenido éxito. La librería Cervantes se encontraba en una de las calles
adyacentes a la Gran Vía de Madrid. Su escaparate estaba desvencijado y sucio.
A través de los cristales se amontaban libros de todas las clases sin aparente
orden. El dueño era un individuo enjuto y malcarado, de tez oscura, que tenía
una voz grave que empleaba en escasas ocasiones, ya que entre sus virtudes, si
alguna tenía, no se encontraba la
conversación y las buenas maneras. Vendía y compraba libros desde un tiempo
inmemorial. Al parecer, según repetía con frecuencia, su padre y su abuelo se
habían dedicado a lo mismo, a comprar y vender libros; él presumía de la iniciativa familiar, destacaba el esfuerzo
y el trabajo como principios rectores de su existencia y según decía, era buena
prueba de ello, el hecho de que su actividad negocial en el mundo del comercio
de la capital del reino, la suya, no la de su padre y la de su abuelo, se hubiera iniciado con la recogida de
cartones y periódicos viejos, hasta que decidió orientar su vida. En un momento
dado, comprendió la necesidad y la oportunidad de seguir manteniendo la
tradición familiar. Los frutos de ese
esfuerzo y de ese trabajo, le habían permitido alcanzar el poder adquisitivo suficiente
para iniciar la explotación, en su día, de esa librería, la cual bautizó con el
nombre de Cervantes, pues, ese escritor representaba, según él, al mayor genio febril de su negocio “de
libros”. Sin embargo, nunca había leído el Quijote y no tenía por costumbre ni
la lectura, ni la escritura, le atraían mucho más los números y las cuentas. Su
concepción del disfrute de la vida era un plato de huevos fritos con patatas y
un buen vaso de vino de Valdepeñas.
La decisión de poner a la venta mi biblioteca fue una de las más difíciles que
había tomado, pero no tenía un euro en el bolsillo y la necesidad me estaba
obligando a hacer algo que, aunque impensable en otro tiempo, podía permitirme
aligerar esa angustia que se había apoderado de mi por la difícil situación
económica que padecía. En todas partes había personas conocidas en situaciones
similares, si bien, aún siendo solidario con ellas, no me servía para nada ese hecho
y menos aún el dicho: –mal de muchos, consuelo de tontos-. Las valoraciones globales, lejos de quitar hierro
a los problemas sobrevenidos, incrementan la dificultad de alcanzar una
solución individual y también colectiva. Ya no disponía de trabajo retribuido y
las prestaciones de desempleo se me habían agotado antes de recibirlas, ya que
tuve que pedir dinero prestado. Finalmente, dejaron de venir a mi cuenta
bancaria, siempre con números rojos, al cumplirse el plazo máximo establecido
legalmente para ello. A partir de entonces, ya podía ser calificado como un
parado de –larga duración- y sin posibilidades de obtener empleo, tanto por mi
edad como por la naturaleza de mi formación profesional. Hasta donde mi
recuerdo alcanzaba mi trabajo había consistido en corregir textos en una
editorial, era un digno -corrector-. La
hipoteca de mi casa había fagocitado cualquier ilusión de propiedad sobre las
cuatro paredes donde aún subsistía; estaba situada en la calle de La Bolsa,
(absurdos del destino), y las maletas
casi vacías, las tenía dispuestas ya
junto a mi puerta, a la espera de dar el paso final: Marcharme de mí querido
país.
Aquella casa representaba para mí recuerdos,
los pocos que tenía, los que era capaz de recordar. Era hermosa y luminosa,
como la etapa de mi vida en la que pretendí adquirirla y en la que la convertí
en mi hogar tan solo cuatro años atrás. Por ella pasaron escritores, conocidos y desconocidos. En
aquellos tiempos tuve una sensación de seguridad inmensa, como si mi vida fuese
algo imparable y veloz, en nada sujeta a los acontecimientos imprevistos. Los
riesgos verdaderos parecían haber quedado atrás. Existía en mi mente un vacio
sin recuperar al cual había renunciado hacía ya mucho tiempo. Sin embargo, el
principio de incertidumbre volvió y lo que parecía algo imposible, ocurrió. Me
ocurrió para ser más exactos.
La conciencia de que el peso de la
historia de España justificaba la existencia del poder de la rapiña, la
división ideológica y la incertidumbre del próximo futuro, no me había
permitido tener una mejor reacción ante los últimos hechos que acontecían.
Mientras esos hechos sobrevolasen mi alrededor sin llegar a tocarme
directamente y yo pudiera subsistir, la preocupación era relativa, pero las
circunstancias cambiaron: El miedo generalizado me había afectado relativamente
durante varios años, ya que, como digo, mientras yo dispusiera de un puesto de
trabajo y de unos ingresos suficientes, lo demás, aún a pesar de generarme cierto
desasosiego, lo veía algo distante. Era como una reacción instintiva. Ante ese
miedo, percibía en mí un impulso de huída de la realidad y así me mantuve hasta
que finalmente esa nube oscura y espesa de las nuevas tecnologías y la apuesta de
la editorial por los productos tradicionales, hicieron que la empresa perdiera
presencia en el mercado y lo que se
había construido durante un tiempo, tardó muy poco en desmoronarse. Esa nube,
llegó a cubrirme como a otros muchos y la inexistencia de medios de
subsistencia se convirtió en la mayor preocupación. Yo no era el dueño de la
empresa, pero si estaba bien considerado en ella. Era buen corrector. No fui el
primero en caer, pero cuando eso ocurrió llegué hasta el fondo del barranco.
Desde que yo era capaz de recordar, nunca,
en toda mi vida profesional, había estado desempleado y no sabía que para poder
valorar lo que ello significaba, tendría
que pasar a ostentar dicha condición. Cuando
así fue, me quedé desconcertado, idiotizado, vulnerable y por muchos esfuerzos
que hice para salir de esa situación, no lo conseguí; lejos de solucionarse
poco a poco las cosas, los problemas se fueron incrementando y llegó un momento
en el que eran tantos los que tenía que afrontar, que, en conjunto, nada
parecía tener especial importancia. No es exactamente que todo me diese igual.
Por una cuestión de principios y de dignidad, luchaba día a día por mantener la
barbilla alta y avanzar en las mejores condiciones, pero era evidente que la
impotencia de solucionar mi desesperada situación económica no iba a variar de
modo inmediato y que por el contrario, todo indicaba que aquello iba a tener
una duración larga e incluso permanente. Cuando llegué a esa conclusión, después de pelear
tanto por mantener el equilibrio, acabé agotado.
La crisis, la mal denominada crisis,
se había apoderado de los más elementales derechos obtenidos durante muchos
años por la sociedad española y la falta de competencia política de los
gobernantes, facilitó el traspaso de poderes entre ellos, los desencuentros de
los partidos políticos más representativos y finalmente, en un intento
desesperado, la unión tardía de intereses de las dos tendencias que
tradicionalmente se jugaban la alternancia en el gobierno. Todo ello mantenía
un estado de caos generalizado, del cual
mi país no parecía recuperarse.
Para hacer frente a un enemigo común,
las dos Españas, por una vez en la historia, se habían unido en apariencia. El enemigo
común era la economía, las grandes entidades financieras. Sin embargo, el
resultado no era el esperado.
La política española se limitaba a
satisfacer los dictados de otros países más poderosos y cada medida que se
adoptaba para superar la crisis debía de ser aprobada por ellos con
anterioridad y con posterioridad. Yo siempre había sido de la opinión de que la
política y los políticos eran necesarios. No un mal necesario, sino el único
medio conocido para cumplir objetivos comunes mediante la aplicación de principios
como la democracia organizada y el
control de los representantes de la ciudadanía. Todos mis esquemas
intelectuales se tambaleaban y la primera persona desorientada era yo mismo.
Creo que es mejor no situar esta
historia, real como la vida misma, en un contexto temporal concreto. Quien la
haya vivido sabrá muy bien al período al cual me refiero.
Los grupos y organizaciones de
presión, empezando por los sindicatos, tampoco tuvieron capacidad de reacción y
cuando se movilizaron se encontraron desprovistos de influencia. El dueño de la
empresa en la que había trabajado estos
años, decía que un perro protector debía
de estar siempre delgado, ya que si engordaba demasiado perdía la fiereza. Algo
de esto debió de ocurrir. Al mismo tiempo, surgieron diversos movimientos de
reivindicación, grupos alternativos descontentos con el sistema, pero ninguno
de ellos alcanzó grandes logros. Se creó la semilla de algo que podía ser
importante pero hasta la actualidad no han conseguido fructificar lo
suficiente. Por muy estúpido que parezca, lo que se denominó por entonces -la
democracia real- no pudo funcionar sin líderes y los que tuvieron más razón y más capacidad de movilización, defendieron
como principios, su carácter
colectivista y asambleario. Algunos líderes hubo al estilo del mayo del 68 en
París, pero los medios de comunicación impidieron que obtuvieran sus objetivos.
Se desvanecieron e incluso acabaron encarcelados. Fue una reacción contra un
sistema político denostado por la corrupción generalizada y los intereses
económicos de las grandes empresas y entidades bancarias.
Eso era lo que pensaba entonces y al
hacerlo, algo se movía en mi interior. Se trataba de una percepción especial,
como si hubiera algo en todo ello que fuese una rememoración. No sabía muy bien
si lo había vivido o si se trataba de un montón de imágenes creadas en mi mente
como consecuencia de las lecturas de libros, de la prensa, de escuchar las
noticias de la televisión y de los comentarios de la gente en la calle. Hoy no lo tengo tan claro, salvo el hecho de que
existe una tendencia demostrada a la corrupción cuando se ejerce el poder y que
el solo hecho de pretenderlo ya parece tener un punto coactivo. Lo cierto es que la imaginación humana, en
Occidente, sufría una crisis profunda. Bertrand Russell ya lo comentó en su
obra –La conquista de la Felicidad-. Él decía que cuando se produce una
evolución social, el problema que se genera, consiste en el deseo de querer
afrontar las nuevas situaciones con criterios antiguos y eso, provoca la imposibilidad evidente de alcanzar soluciones correctas y adaptadas
a las circunstancias nuevas.
Recuerdo que por entonces ya eran
diez años los que habían pasado desde que se dijo que la crisis estaba en su punto
culminante y el último Gobierno de Coalición que se constituyó por entonces, aún gobernaba al paso de los dictados de
Europa, de la banca y del gran poder e influencia de Estados Unidos. La llamada
crisis, que no era otra cosa que una dolorosa y larga guerra económica, se mantenía.
Recuerdo que en Madrid, como en otras muchas ciudades de España, durante un mes
de Octubre, se produjeron acontecimientos sorprendentes, al menos para mí. La
gente salió a las calles en masa, protestaba. Unos
años antes, hechos similares, incluso mucho más graves, se habían producido,
pero la aplicación de una regulación penal, aprobada en el Congreso después de
las primeras movilizaciones importantes, paralizó de nuevo el resultado y
muchos de los manifestantes, volvieron a sus casas maltrechos; pero… para que este relato tenga su verdadero
sentido y no se pierda el hilo argumental, considero que es mejor que, de momento, silencie algunos detalles y continúe
explicando lo que interesa por ahora.
Cuando llegué a la habitación de mi
casa, después de un largo trayecto desde la librería de viejo, estaba algo
sudoroso, el paquete de libros pesaba y no me encontraba en mi mejor estado
físico precisamente. Del psicológico
prefiero no comentar mucho, pues de lo que estoy contando se desprende lo que cualquiera
podría entender. Me senté en la cama con aquel paquete en las manos. Tuve una
vez más la sensación de soledad que me embargaba al llegar a esa casa grande y
silenciosa. Me faltaban los recuerdos
fundamentales. Podría decir que solo recordaba con claridad los principales
hechos que habían ocurrido en la casa y en el trabajo. Lo demás estaba rodeado
de una niebla densa que me producía ceguera. Miré las paredes de la habitación
y comprobé una vez más la ausencia de muebles, de cuadros y de espejos; esto me
hizo sentir aún peor si cabe. Percibí por un instante mi rebelión interior ante
una lenta y pausada pérdida. La pérdida del trabajo, de la compañía, ¿De la
familia?, de los amigos, de la energía de vivir. Una lenta pérdida que flotaba
entre los sofocos de esa rebeldía, del desánimo, del esfuerzo, de la lucha y de
la derrota, girando y girando alrededor del dinero o más bien de la ausencia de
él, de su utilidad y de su necesidad.
Estuve en silencio unos minutos con
aquel paquete en las manos. Pensé que era desalentador que después de poner a
la venta aquellos libros, ni tan siquiera llegasen a venderse. Decidí abrir el
paquete para examinarlos e intentar entender las razones por las que no había
llegado a interesarse nadie por ellos. Siempre era más fácil vender libros de
comic, guías de viajes o diccionarios de idiomas; las novelas de Sartre o de
John Dos Passos ya solo formaban parte
de las torres de libros que se acumulaban en las librerías que tenían olor a
polvo y papel rancio. Sin embargo, yo no había podido, ni podía aún vivir, sin
tener cerca alguno de aquellos libros, sin llevar en el bolsillo de la chaqueta
esos pensamientos alineados en hojas amarillentas y secas.
Después de abrir el paquete, me encontré en el suelo un manuscrito. Pensé que
se había caído. La perplejidad me invadió por unos instantes y sonreí para mis
adentros. El librero ha cometido un error, dije, y me sentí bien por ello. Era como haber hurtado con sigilo a aquel
librero, grueso y sudoroso, que vendía
obras de arte como si vendiera tornillos. Sin alma. Solo vendía y previamente
compraba, despreciaba al miserable que, como yo, en una indigencia global, se
veía obligado a sacrificar su sentimiento y su razón a cambio de unos pocos
euros entregados con desapego y miseria.
Examiné con avidez su contenido. Digo
que se trataba de un manuscrito, pero realmente no lo era en gran parte, ya que
estaba escrito con ordenador en doscientos folios numerados e impresos por una
sola cara, si bien en cada uno de ellos había anotaciones de diferentes tipos.
Para realizar algunas de ellas se había utilizado un bolígrafo, en otras, un lápiz
y varios de los párrafos o nombres que se citaban estaban subrayados con un
rotulador rojo.
En muchos casos eran tantas las
anotaciones, indicaciones o subrayados, que resultaba difícil poder realizar
una lectura continuada del texto principal.
No tenía firma, ni referencia alguna
sobre quién podría ser su autor y al examinar la última cara escrita, comprobé
que el documento no estaba completo.
Algo sentí en ese instante. No sé
explicarlo, pero fue como un escalofrío que al mismo tiempo tenía calidez. En
un principio el temor generó en mí un acto de cierto rechazo, sin embargo,
paralelamente, aquellos folios estaban cargados de algún significado que no podía
comprender entonces. Sabía, sin ningún motivo aparente, que aquellas líneas de
letras consecutivas, tachadas, marcadas, destacadas, parecían querer avisarme.
Después de una discusión ética o
moral, según se mire, sobre lo que debía o no debía hacer, aparté todos
aquellos folios con la idea de llevarlos de vuelta a la librería e indicar al
librero que se había producido un error, que los había empaquetado con los
libros devueltos. Quizá por ello recibiría algún tipo de compensación. La
miseria hace miserables a las personas. La decisión no respondía a un motivo de
solidaridad, tampoco de complicidad con un autor desconocido, con un escritor
que podía ser tan mísero como yo, sino a la trascendencia crematística que
dicho acto podía tener. Pensé que había caído ya muy bajo por ese desespero que se canta en una canción cuyo nombre no recuerdo ahora,
pero que se repite una y otra vez con el estribillo: -deseeespero, desseespero, desssespppero.
Dejé aquello sobre la mesilla y me desentendí. En esos momentos pasaban por mi
cabeza otras preocupaciones. Mis problemas económicos, como digo, me habían obligado a desprenderme de la mayor parte del
mobiliario de la casa, de mi colección de sellos y de casi todos mis queridos
libros. Nada ni nadie se merecía una especial consideración.
Pasados bastantes días, al volver a
la librería de viejo, el librero me contestó que no sabía nada de aquellos
folios y que ya tenía suficientes papeles como para acumular más en su tienda. En
ese instante pensé: ¡Denomina tienda a una librería!. Me marché de allí sin
decir gran cosa, con un dolor de tripa considerable, ya que llevaba muchas
horas sin comer nada y me sentía algo mareado. Después de dar unos pasos
escuché que alguien me llamaba. Era de nuevo el librero. Acudí otra vez hasta
la puerta de la librería. Me preguntó si quería ganarme unos pocos euros y
respondí que si, naturalmente. Trabajé para él sacando y metiendo cajas de
libros de un almacén a otro, con un trapo en las manos para quitarles el polvo
y seleccionándolos por materias. Las librerías de viejo son como un inmenso
bosque. Es algo muy hermoso, pero nunca sabes cuantos árboles hay. Aquello duro poco, una semana, sin
cotizaciones ni contrato alguno. Se trataba tan solo de ayudar y recibir una
pequeña, muy pequeña, compensación. Pero bien venido fue, ya que me permitió
comer y esa sensación de tener la tripa llena puede ser algo indescriptible
cuando el dolor de barriga se había
convertido en algo habitual.
Al salir a la calle el último día de
aquel trabajo, guarde el dinero en el bolsillo y el librero se dirigió a mí de
un modo diferente:
-
Amigo,
dijo. Así me llamaba siempre. Respecto al manuscrito, añadió, no lo tire. No
pierda la oportunidad de leerlo, nunca se sabe, un buen corrector no debe dejar
de serlo jamás.
-
…
-
…
Ese comentario me cogió de improviso.
Al principio no supe que contestar, ya que no entendí a qué se estaba refiriendo, pero a
continuación me di cuenta.
-
Si,
gracias, gracias. El manuscrito. Lo haré, lo haré….
El tono de su voz, sus palabras, fueron inhabituales y de algún modo, en esa
única ocasión, pareció dirigirse a mí con afección y proximidad. Además,
viniendo de una persona así, resultaban si cabe más llamativa. ¿Qué extraño?.
Pensé. ¿A qué viene ese consejo?. Fui caminando hasta el bar más próximo y
solicité al camarero una cerveza y un bocadillo de tortilla. Lo devoré. Me
olvidé en pocos segundos.
Al entrar de nuevo en la casa me senté en el único sillón del salón vacío. Ya solo me quedaba ese sillón,
una mesita baja, un ordenador portátil, una impresora, dos paquetes de folios y
la cama. La mesilla la había vendido. También, en la cocina, tenía un hornillo
eléctrico, dos vasos, dos tenedores, dos cuchillos y una cuchara. Disponía de
dos trajes viejos, de una gabardina, de tres pares de calcetines, de cinco
calzoncillos y de dos pares de zapatos. También conservaba unas zapatillas de
deporte. Ese era mi inventario. Lo cito para que se pueda tener una idea de las
condiciones en las que transcurría mi existencia en aquellos momentos. El
embargo bancario de la vivienda se produciría en cualquier momento y entonces
no iba a tener ya donde dormir. Miré las maletas, en ellas se encontraba parte
de ese inventario al que me he referido y diez libros. Si, diez libros que me
había propuesto preservar en cualquier caso o circunstancia.
Había ahorrado un poco de dinero para
poder comprar el billete de ida a cualquier parte; cuando la crisis me obligase
definitivamente a marchar. Era suficiente dinero para permitirme el lujo de
coger un avión, incluso para trasladarme a un lugar lejano. Eran muchos los
dolores de tripa que había tenido que sufrir para no hacer uso de aquel dinero,
pero representaba o podría representar, mi tabla de salvación.
Nuevamente, la incertidumbre me embargó
y tuve que hacer un esfuerzo para centrarme.
Llevaba un bocadillo en el bolsillo, lo compré en el bar antes de
marchar de allí y al colocarlo en la pequeña y solitaria mesa del salón,
comprobé que sobre una de las cajas de los libros que aún quedaban en la
estancia, seguía conservando el manuscrito y lo cogí para echarle un vistazo.
No había tenido la curiosidad de leerlo de nuevo. Eso era sorprendente y pensé
en ello. En otros tiempos y en otras circunstancias, lo habría devorado inmediatamente.
De tratarse de un buen texto, seguro que la emoción me habría tenido hiperactivo
y de tratarse de algo sin valor, con una lectura de diez o veinte folios lo
habría tirado a la basura. En este caso, como muestra de mi propia decadencia
general, me había olvidado de él. El librero me lo había recordado.
Empecé a examinar su contenido. Otra
vez me di cuenta al instante de que no se trataba de algo sin importancia, sino
que en aquel documento se citaban lugares, personas y fechas que eran reales,
mezcladas con situaciones que parecían ser de ficción. La curiosidad me obligó
a dar continuidad a la lectura. En un principio no existía ninguna razón
aparente para tener interés, salvo la sensación que tenía al leer, entre
inquietante y cálida, ya que el texto no
era lo que se podría considerar extraordinario, pero aquello me fue cautivando
y no pude dejar de leer durante un largo rato.
Cuando ya había leído unos cincuenta folios, no sin dificultad, ya que las
anotaciones, marcas y subrayados me impedían hacerlo de un modo continuado, recordé
que el relato no estaba completo. En ese momento pensé que si seguía mi esforzada lectura, al final, me iba a
quedar a medias.
Aparté a un lado las hojas leídas y
cogí el resto. Decidí examinar el último folio. El texto finalizaba a media
página y al pié de ella estaba escrito a mano un número de móvil. Ese número me
recordaba algo y medité sobre ello sin
resultado. No tenía ningún teléfono a mano para llamar. Al final me cansé de
intentar recordar, miré el bocadillo y empecé a comer con cierta avidez, aún
tenía hambre; a continuación cogí el ordenador y decidí rehacer el texto incluyendo las correcciones y
anotaciones que tenía con el objeto de darle una forma adecuada y que su
lectura se pudiese realizar con normalidad. Al fin y al cabo esa era mi profesión,
-corrector en una editorial-. Había perdido muchas cosas, incluida la dignidad,
pero ¿Por qué no hacer un último trabajo?. Antes de marcharme, antes de que
todo se viniera abajo, ¡ Por qué no hacer un acto de reafirmación¡. Pero…,
¿Sería suficiente con limitarme a corregir ese texto?. Me pregunté. Al hacerlo,
visto el contenido que parecía tener, consideré oportuno iniciar la corrección de
un modo más emprendedor, (me pregunté porque había utilizado esta palabra,
-emprendedor- era una palabra desnuda de
valor en los tiempos que corrían), decidí
incorporar algunos comentarios propios e incluso, intercalar mis experiencias en algunas de sus partes. Así lo
hice.
Hubo dos cosas que entonces no tuve
en consideración: En primer lugar, la atracción que aquel texto me iba a
producir y por tanto, el descubrimiento que en algunos aspectos iba a
representar para mí. No en vano,
disponer de mucha información, puede modificar la percepción de tu realidad. Mi
vida había estado durante bastante tiempo reducida, en gran medida, a las labores
que desempeñaba en un despacho, alejado de todo lo demás. Es cierto que las
labores de un corrector, le obligan a uno a adquirir conocimiento, pero el
conocimiento no es exactamente igual que la información. Mi mundo tenía mucha
ficción y esta obra me haría colocar los pies en el suelo. Aquello tenía algo
de rememoración. En segundo lugar, el
hecho de que no se trataba de un texto completo. No pensé por tanto, que
llegaría un instante en el que yo tendría que crear un final o una conclusión o
algo parecido. Fui bastante corto de miras. Entonces, de un modo estúpido, aquellos
folios fueron para mí tan solo el texto de una novela, enmarcada entre la
historia reciente y la imaginación, escrita por otra persona simplemente desconocida.
Yo me iba a limitar a realizar una buena corrección de la obra, con algunos
matices, para que adquiriese forma, belleza y un significado adecuado para
cualquiera que la leyera. Dichas cuestiones no las consideré lo suficiente y
sin darme cuenta me metí en todo esto. Sin embargo esta decisión cambiaría mi
vida.
Creo que para que se puedan valorar realmente los motivos por los que me llegó a intrigar
tanto aquel relato, lo mejor es que lo transcriba a continuación tal y como lo
incorporé a mi ordenador ya corregido:
.....
COMENTARIO: LA VISION.-
COMENTARIO.-
LA VISIÓN.-
Durante el día de ayer ascendí con paso lento hasta la cumbre de La Bola del Mundo, en la Sierra de Guadarrama. Fue el primer paseo montañero después de una convalecencia larga. Desde ese lugar el paiseje es extenso, largo, sometido a los colores ocres y verdosos, azules y blanquecinos. Te encuentras entre las provincias de Madrid y Segovia y puedes ver las dos ciudades. La visión es algo irreal, como un cuadro velazquiano. Percibes los espacios abiertos con gran intensidad y tienes otra visión, la de sentirte libre durante un tiempo, aunque no sea del todo cierto y las percepciones te hagan caminar entre esos espacios con la creencia de que puedes ser un pájaro, un gran ave que desde las alturas decides tu camino. Si, fue una visión, una pequeña sorpresa entre la angustía de la lucidez diaria, como decía Cioran. He querido relatarlo brevemente para que no se me olvide que en esta ocasión, como en otras aisladas en el camino de la vida, me sentí libre, volatil, sin dolor intelectual. El físico no lo pude evitar, ya que como digo, aún estoy convaleciente. Los pasos dados para llegar hasta allí, parecen indicar que en poco tiempo volveré a las montañas. Eso espero. En la mayor parte de las ocasiones, la voluntad es lo que más fuerza tiene. Cada paso me llevó hasta allí, hasta esta cumbre que tiene algo de desierto, pero que te permite encontrar a tus piés grandes bosques y valles inmensos que se pierden lejos. La visión fue más interior que exterior, sin embargo el lugar, alto y llano, es una atalaya hermosa, con las rocas de la Pedriza y de la Maliciosa abarrancando los declives y todo eso estaba a mi alrededor. Los azules pincelados de brillos de los pantanos y el sonido del viento, en un día luminoso y agradable, abrieron la puerta de la imaginación, de la ficción y quizá entonces el pensamiento y el sentimiento se unieron para descubrir esa sensación de libertad. Un hecho casi fugaz, interesante y único. Una sorpresa más. Quizá esto no le interese a nadie, pero a mi me resultó encantador. Digo encantador porque tuvo algo de encantamiento, como todo lo que rodea el mundo de las montañas, que siempre me ha provocado eso: Encantamiento. Fue una visión, hoy esta en mi cabeza. Lo más importante fue que por un tiempo me pareció que el mundo y la vida no provocan necesariamente dolor, que podía existir algo bello y que las personas somos pequeños seres de poca importancia. No descubrí algo nuevo, pero si hubo algo de extraordinario.
viernes, 2 de mayo de 2014
DIBUJOS.- LÁPICES DE COLORES.- JESÚS BENÍTEZ
COMENTARIO.- Estos dibujos representan:
Las casas Indianas de Asturias y Cantábria. Es una imagen inspirada en una obra del gran pintor Edward Hooper. En los pueblos de ambos territorios se encuentran con frecuencia este tipo de edificios. En el pueblo de Colombres, (Asturias), se encuentra el Museo Indiano, un lugar hermoso y repleto de história de emigración, poder, dinero y aventura.
Las despedidas. He deseao representar en este dibujo el intimismo del dolor de la despedida, cuando ese hecho es incierto y desconoces si existirá retorno. También en ella quiero expresar el concepto de la emigración. El barco que se marcha hacia otro nuevo mundo desconocido.
jueves, 1 de mayo de 2014
COMENTARIO.- UNA DEDICATORIA DESCONOCIDA EN UN LIBRO DE VIEJO.
Una dedicatoria desconocida en un libro de viejo.
Estos días pasados visité una vez más la
Cuesta de Moyano de Madrid. Es una calle en rampa o en pendiente, según se
mire, que es llamada así de modo popular, ya que en realidad su nombre es la
Calle de Claudio Moyano, en recuerdo de un político de Zamora que fue autor en
1855 de la Ley de Instrucción Pública. En el inicio de la cuesta, que parte de
la Plaza de Atocha, hay una estatua del indicado personaje.
Como digo, hice una visita en mi permanente
búsqueda de libros de interés y encontré una edición interesante de la obra de
Hermann Hesse titulada El último Verano de Klingsor. (En mi comentario anterior
hice mención a ella).
Este hecho, no tiene nada de peculiar, ya que
el hábito de localizar literatura
publicada en ediciones antiguas o incluso descatalogadas, es algo relativamente
habitual, pero…, no lo es tanto, encontrar un libro que incluya una
–dedicatoria desconocida-. Si, el libro que finalmente compré, tiene en su
primera página, escrita con una bella letra redondeada y cursiva, las
siguientes palabras:
Ya
dieciocho años gozosos y el rostro vuelto a la vida.
Con toda
la experiencia adquirida, ¿alcanzarás todos tus porqués…de la EXISTENCIA?.
Este texto está firmado por una tal Aida y lo he transcrito de modo literal.
Antes de la primera letra figura subrayada una fecha:
1-2-79.
Al encontrar la dedicatoria desconocida y
sentir el libro en las manos, también sentí una energía especial. Fue como si
el libro no fuese solo de papel, sino que tuviese también un alma propia o que
de alguna manera, me transmitiese pensamientos y sentimientos de otras
personas.
Utilizo el plural, ya que la dedicatoria la
debió escribir Aida para otra
persona, que, al parecer, debía de haber alcanzado la edad de dieciocho años.
Me imagino a Aida colocando en las
manos de esa otra persona este libro, (no sé la razón, pero la identifico como
otra mujer), con una sonrisa, incluso
añadiendo un beso. Aida debió tener el deseo de que la lectura de la obra de Hermann Hesse,
le pudiera proporcionar, ya con los dieciocho años cumplidos, respuestas a esos
–porqués- de la existencia.
Esta dedicatoria, también significa que la persona que la escribió, sabía y conocía el libro y eso, además, le da un mayor valor.
Los sentimientos de Aida siguen
encontrándose en sus palabras manuscritas.
Más adelante, cuando he avanzado yo en la
lectura del libro, incluso hoy ya la he completado,… (Cuando leo a Hermann
Hesse, ese hecho siempre me produce tristeza, ya que al leer la última línea,
de la última página, el libro parece que se muere. Se desprende de mí, se eleva
hacia otra dimensión. Sujeto entonces el libro entre las manos y busco un lugar
adecuado en la biblioteca. Quiero tenerlo cerca, ya que percibo aún ese diálogo
tan psicológico de Hesse, que no quiero que se marche del todo)…,se ha
producido un hecho algo desconcertante…
Si, al llegar a la página ciento tres, en
pleno desarrollo del segundo relato titulado Klein y Wagner, me he encontrado
con un billete de Metro. Este billete, está fechado el 18 de Enero de 1980, se
refiere a un trayecto sencillo desde Argüelles, con el número 76900, y sirve de
marcador de lectura. ¿Qué significado puede tener este hecho?.
El tiempo transcurrido desde la fecha de la dedicatoria puede significar que
la beneficiaria de ella, no tomó con ansiedad el libro para iniciar
la lectura, sino que tardó tiempo en animarse a hacerlo. Es posible que los
dieciocho años, edad, con tantas preguntas, también provoquen cierta
desorientación y ante un regalo literario y de una dedicatoria en la que se
anuncia la posibilidad de encontrar respuestas, exista cierto temor a
descubrirlas o por el contrario, la mente opte entonces por dirigir el interés a muchas
cosas al mismo tiempo y lo que parece una prioridad en un momento dado, deje de
serlo al siguiente. La cuestión es que la receptora del libro y de la dedicatoria, (sigo prefiriendo que sea
una mujer), afrontó la lectura de la obra dedicada pasados bastantes meses, casi un año.
Pero no es solo esto lo desconcertante. El
billete de Metro seguía estando, se supone, donde lo colocó la lectora, en la
página cientro tres, por tanto…, eso parece significar, que finalmente, no llegó a
completar la lectura del libro. Más aún, de los tres relatos que lo componen, el que le da el título es el último, El Último Verano de Klingsor y precisamente este no debió llegar a leerlo. ¿Quizá la juventud, los dieciocho años,
tuvieran algo que ver?. En la dedicatoria se cita la experiencia. Ese hermoso
rostro, vuelto a la vida, se dice, ¿Es posible que en el avance de la lectura y hasta donde llegó,
descubriera, en excesivo poco tiempo, demasiadas respuestas?.
Encontrar un libro de viejo de interés, es algo
más que eso o puede serlo. En este caso lo fue. El libro que tengo encierra una historia más. Que afortunado soy.
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