COMENTARIO.-
RECORDAR.-
Durante estos últimos años he percibido en mí
una gran capacidad de desmemoria, de olvido. Todo empezó en el año 2002 y desde
entonces, han existido períodos más lúcidos u oscuros. Con anterioridad, mi
capacidad memorística era casi sorprendente, a pesar de los antecedentes
disléxicos; los cuales fueron superados con esfuerzo e insistencia; algo había
quedado en mi cerebro, por lo que tenía cierta tendencia a la confusión en los
nombres propios o en los títulos de los libros. En ocasiones, no era capaz de
recordar pequeños detalles o al autor de alguna obra memorable; no digamos ya
de las insignificantes. Por otra parte, la utilización de normas nemotécnicas
fue tan útil, que todas aquellas dificultades pasaron a pertenecer al pasado.
Solo el aprendizaje de otras lenguas se resiste a permanecer en mi cerebro, a
pesar de lo cual, estudié con insistencia el Francés y en un cierta medida, ese
idioma forma parte de mi idiosincrasia y emotividad.
A partir del año 2002, con el fallecimiento
de mi hijo Jesús, muchas cosas cambiaron en mi vida y el pasado se convirtió en
un espacio vacío. Desde entonces, he tenido que volver a buscar con insistencia
los recuerdos y en ocasiones, al encontrarlos, se han producido reflejos
sorprendentes en mi interior, todos ellos cubiertos por una patina de dolor que
he tenido que superar y cuya cicatriz aún permanece en lo más profundo de mis
entrañas. Recordar hoy, después de los años transcurridos, sigue siendo algo que me produce temor en
ocasiones, otras veces, se convierte en una lucha permanente, pues sin los recuerdos,
se produce un grave sentimiento de pérdida.
El escritor y filósofo Jean Paul Sartre,
desde mediana edad, (no se sabe muy bien que significa esto de la mediana
edad), estaba convencido de que moriría joven. Finalmente así fue. En mi caso,
me ocurre algo similar, aunque mi familia siempre ha sido longeva, pero, al fin
y al cabo, en muchas cosas, durante mi vida, he sido bastante diferente a mis
familiares. En este tema, puede ser que la herencia prime sobre otros atributos
o condiciones. Cuando lo sepa, posiblemente sea tarde, no lo sé.
Por otra parte, cada vez tiendo más a la
rememoración y al recuerdo. Alguien dijo alguna vez que la vida es recuerdo, ni
tan siquiera presente, ya que el futuro no nos puede enseñar nada para vivir
cada día. Puedo asegurar que yo he sido y en una medida determinada sigo
siendo, una persona sin recuerdos. Esa circunstancia hace que en mi cerebro
exista un inmenso mar de ideas, en el que se forman permanentes archipiélagos
de islas de recuerdos. Cuando rememoro una de las islas, se produce en mí una
visión limpia y clara de un tiempo pasado íntimamente vivido, sin embargo, el
mar es muy grande y muy profundo y en él, no hay ninguna tierra donde pisar en muchas ocasiones. Siempre
estoy navegando con el Nautilus de Julio Verne, buscando nuevas tierras por
descubrir.
Desde muy niño he tenido la necesidad de
escribir. No es algo que haya surgido en la edad madura, pero, después del año
2002, esa necesidad se ha hecho más acuciante, incluso angustiosa. Tengo que
escribir lo que ocurre, ya que si no es así se olvidará. No se trata de buscar
reconocimiento por lo que escribes, que en muchas ocasiones también lo es, (una
estupidez al fin y al cabo), sino de un modo de compartir con los otros y dejar constancia de ello. Me produce tristeza haber llegado
aquí, a este mundo de lágrimas y de sorpresas, de emociones, de conquistas y
de aventuras y marcharme sin pena ni gloria, sin haber dejado nada de interés
por el camino.
No he sido persona de escribir diarios, (mi hijo si lo fue, de hecho escribió la aproximación a su muerte), pero sí una persona de cuentos, de reflexiones. Pienso que una persona que escribe diarios tiene una necesidad introspectiva de su mundo y el que escribe como yo, aun no queriendo perder el intimismo, lo que hace es colocar su mundo ante los demás. Hay una diferencia.
No he sido persona de escribir diarios, (mi hijo si lo fue, de hecho escribió la aproximación a su muerte), pero sí una persona de cuentos, de reflexiones. Pienso que una persona que escribe diarios tiene una necesidad introspectiva de su mundo y el que escribe como yo, aun no queriendo perder el intimismo, lo que hace es colocar su mundo ante los demás. Hay una diferencia.
Chateuabrian decía, sobre el hecho de llevar
un diario y la necesidad de escribir sus propias impresiones, que en el caso de
realizarse esa práctica, ésta debía llevarse a cabo de inmediato y añadía: Nuestra existencia es tan fugaz, que si no
escribimos por la noche los sucesos de la mañana, el trabajo nos estorba y no
tenemos ya tiempo de ponerlo al día. Aunque eso no nos impide malgastar
nuestros años, arrojar al viento esas horas que son para nosotros semillas de
la eternidad.
Mi necesidad de escribir lleva consigo la
rememoración. Siempre tengo la sensación de que si no escribo lo que pienso y
lo que siento, se me olvidará y perderá parte de su sentido. Es posible que
esta necesidad tenga algo que ver con lo que decía Edgardo Cozarinsky, que
definió sus intenciones literarias diciendo: Es un intento de cumplir con el antiguo deber de dejar un rastro, una
huella de parte de lo que me tocó oír y ver, no solo leer, en mi paso por este
mundo.
Hay mucha gente que es de la opinión de que
aquello que no se ha aprendido en una determinada juventud, ya no se aprenderá
nunca. El escritor Alberto Mangell dice: Creo
que no he aprendido nada desde mi adolescencia.
En mi caso es distinto. Mi adolescencia fue,
en lo que recuerdo, (en ese mar de islas), bastante insulsa en general. Existen sin duda
etapas excepciones o muy importantes que han determinado lo que soy. Una de
ellas es la que tuvo que ver con la convivencia con mis primos Andrés y
Fernando, los veranos en el pueblo de Alba de Tormes en Salamanca. Otra, mis
experiencias practicando el montañismo, las ascensiones y tiempos compartidos
con mi cuñado Garfún. Otra las vivencias matrimoniales con mi mujer y mis hijos
y otra el trabajo, mi profesión, que me ha obligado a ocupar tanto y tanto
tiempo de mi vida en perjuicio de lo demás.
Creo que lo que soy se lo debo sobre todo a
mi edad más madura y que en mi interior han habitado o habitan dos personas
distintas. Una lo fue antes del fallecimiento de Jesús y otra después, muy
diferente, reflexiva y profundamente más humana. La pérdida de mi hijo me ha
dejado sin parte de mi memoria y me ha dado otra forma de existir. Si él lo
hubiera sabido, no se habría marchado.
Hoy sigo luchando por recordar. En la actualidad,
no sé mañana, vivo como en las historias de Kipling. Mi imaginación crea lugares
especiales permanentemente. Kipling decía que hay lugares donde, si esperamos lo suficiente, termina por pasar todo el
mundo. Tenía razón. Tengo la sensación de que mi vida es como una estación de
ferrocarril en la que estoy sentado observando. Un Lama también dijo una vez que
este mundo es vasto y terrible. Nunca pude
imaginar que hubiera tal cantidad de seres humanos viviendo en él.
J.H. Wells, escribió la obra titulada La Isla
del Doctor Moreau. Una obra que me pareció terrible en su momento. Moreau creía
que la voluntad del ser humano dirige la vida,
sin embargo Montgomery no opinaba lo mismo
y consideraba que es el azar, incluso
Prendick era creyente del llamado hado. Yo sigo viviendo y tengo que escribir sobre ello, aprendo cada día a vivir, no tanto a morir, pero creo que eso le pasa a casi todo el mundo.
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