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domingo, 6 de abril de 2014

COMENTARIO.- RECORDAR






COMENTARIO.- 
RECORDAR.-
Durante estos últimos años he percibido en mí una gran capacidad de desmemoria, de olvido. Todo empezó en el año 2002 y desde entonces, han existido períodos más lúcidos u oscuros. Con anterioridad, mi capacidad memorística era casi sorprendente, a pesar de los antecedentes disléxicos; los cuales fueron superados con esfuerzo e insistencia; algo había quedado en mi cerebro, por lo que tenía cierta tendencia a la confusión en los nombres propios o en los títulos de los libros. En ocasiones, no era capaz de recordar pequeños detalles o al autor de alguna obra memorable; no digamos ya de las insignificantes. Por otra parte, la utilización de normas nemotécnicas fue tan útil, que todas aquellas dificultades pasaron a pertenecer al pasado. Solo el aprendizaje de otras lenguas se resiste a permanecer en mi cerebro, a pesar de lo cual, estudié con insistencia el Francés y en un cierta medida, ese idioma forma parte de mi idiosincrasia y emotividad.
A partir del año 2002, con el fallecimiento de mi hijo Jesús, muchas cosas cambiaron en mi vida y el pasado se convirtió en un espacio vacío. Desde entonces, he tenido que volver a buscar con insistencia los recuerdos y en ocasiones, al encontrarlos, se han producido reflejos sorprendentes en mi interior, todos ellos cubiertos por una patina de dolor que he tenido que superar y cuya cicatriz aún permanece en lo más profundo de mis entrañas. Recordar hoy, después de los años transcurridos,  sigue siendo algo que me produce temor en ocasiones, otras veces, se convierte en una lucha permanente, pues sin los recuerdos, se produce un grave sentimiento de pérdida.
El escritor y filósofo Jean Paul Sartre, desde mediana edad, (no se sabe muy bien que significa esto de la mediana edad), estaba convencido de que moriría joven. Finalmente así fue. En mi caso, me ocurre algo similar, aunque mi familia siempre ha sido longeva, pero, al fin y al cabo, en muchas cosas, durante mi vida, he sido bastante diferente a mis familiares. En este tema, puede ser que la herencia prime sobre otros atributos o condiciones. Cuando lo sepa, posiblemente sea tarde, no lo sé.
Por otra parte, cada vez tiendo más a la rememoración y al recuerdo. Alguien dijo alguna vez que la vida es recuerdo, ni tan siquiera presente, ya que el futuro no nos puede enseñar nada para vivir cada día. Puedo asegurar que yo he sido y en una medida determinada sigo siendo, una persona sin recuerdos. Esa circunstancia hace que en mi cerebro exista un inmenso mar de ideas, en el que se forman permanentes archipiélagos de islas de recuerdos. Cuando rememoro una de las islas, se produce en mí una visión limpia y clara de un tiempo pasado íntimamente vivido, sin embargo, el mar es muy grande y muy profundo y en él, no hay ninguna tierra donde pisar en muchas ocasiones. Siempre estoy navegando con el Nautilus de Julio Verne, buscando nuevas tierras por descubrir.
Desde muy niño he tenido la necesidad de escribir. No es algo que haya surgido en la edad madura, pero, después del año 2002, esa necesidad se ha hecho más acuciante, incluso angustiosa. Tengo que escribir lo que ocurre, ya que si no es así se olvidará. No se trata de buscar reconocimiento por lo que escribes, que en muchas ocasiones también lo es, (una estupidez al fin y al cabo), sino de un modo de compartir con los otros y dejar constancia de ello. Me produce tristeza haber llegado aquí, a este mundo de lágrimas y de sorpresas, de emociones, de conquistas y de aventuras y marcharme sin pena ni gloria, sin haber dejado nada de interés por el camino. 
No he sido persona de escribir diarios, (mi hijo si lo fue, de hecho escribió la aproximación a su muerte), pero sí una persona de cuentos, de reflexiones. Pienso que una persona que escribe diarios tiene una necesidad introspectiva de su mundo y el que escribe como yo, aun no queriendo perder el intimismo, lo que hace es colocar su mundo ante los demás. Hay una diferencia.
Chateuabrian decía, sobre el hecho de llevar un diario y la necesidad de escribir sus propias impresiones, que en el caso de realizarse esa práctica, ésta debía llevarse a cabo de inmediato y añadía: Nuestra existencia es tan fugaz, que si no escribimos por la noche los sucesos de la mañana, el trabajo nos estorba y no tenemos ya tiempo de ponerlo al día. Aunque eso no nos impide malgastar nuestros años, arrojar al viento esas horas que son para nosotros semillas de la eternidad.
Mi necesidad de escribir lleva consigo la rememoración. Siempre tengo la sensación de que si no escribo lo que pienso y lo que siento, se me olvidará y perderá parte de su sentido. Es posible que esta necesidad tenga algo que ver con lo que decía Edgardo Cozarinsky, que definió sus intenciones literarias diciendo: Es un intento de cumplir con el antiguo deber de dejar un rastro, una huella de parte de lo que me tocó oír y ver, no solo leer, en mi paso por este mundo.
Hay mucha gente que es de la opinión de que aquello que no se ha aprendido en una determinada juventud, ya no se aprenderá nunca. El escritor Alberto Mangell dice: Creo que no he aprendido nada desde mi adolescencia.
En mi caso es distinto. Mi adolescencia fue, en lo que recuerdo, (en ese mar de islas),  bastante insulsa en general. Existen sin duda etapas excepciones o muy importantes que han determinado lo que soy. Una de ellas es la que tuvo que ver con la convivencia con mis primos Andrés y Fernando, los veranos en el pueblo de Alba de Tormes en Salamanca. Otra, mis experiencias practicando el montañismo, las ascensiones y tiempos compartidos con mi cuñado Garfún. Otra las vivencias matrimoniales con mi mujer y mis hijos y otra el trabajo, mi profesión, que me ha obligado a ocupar tanto y tanto tiempo de mi vida en perjuicio de lo demás.
Creo que lo que soy se lo debo sobre todo a mi edad más madura y que en mi interior han habitado o habitan dos personas distintas. Una lo fue antes del fallecimiento de Jesús y otra después, muy diferente, reflexiva y profundamente más humana. La pérdida de mi hijo me ha dejado sin parte de mi memoria y me ha dado otra forma de existir. Si él lo hubiera sabido, no se habría marchado.
Hoy sigo luchando por recordar. En la actualidad, no sé mañana, vivo como en las historias de Kipling. Mi imaginación crea lugares especiales permanentemente. Kipling decía que hay lugares donde, si esperamos lo suficiente, termina por pasar todo el mundo. Tenía razón. Tengo la sensación de que mi vida es como una estación de ferrocarril en la que estoy sentado observando. Un Lama también dijo una vez que este mundo es vasto y terrible. Nunca pude imaginar que hubiera tal cantidad de seres humanos viviendo en él.
J.H. Wells, escribió la obra titulada La Isla del Doctor Moreau. Una obra que me pareció terrible en su momento. Moreau creía que la voluntad del ser humano dirige la vida, sin embargo Montgomery no opinaba lo mismo y consideraba que es el azar, incluso Prendick era creyente del llamado hado. Yo sigo viviendo y tengo que escribir sobre ello, aprendo cada día a vivir, no tanto a morir, pero creo que eso le pasa a casi todo el mundo.

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