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viernes, 27 de junio de 2014

LE MONT-BLANC








LE MONT-BLANC

(Dedicado a mi amigo Garfun)


ESTE RELATO DESCRIPTIVO Y LA PROSA POÉTICA, LOS ESCRIBÍ HACE AÑOS. UNA HERMOSA REMEMORACIÓN. UNA AVENTURA VIVIDA Y COMPARTIDA. CUANTO TIEMPO HA PASADO Y LO RECUERDO COMO SI ESTUVIESE OCURRIENDO AHORA MISMO.


Aquella montaña tenía algo diferente. Su conformación, sus acantilados, sus cumbres, se elevaban perdiéndose en un cielo sin nubes y limpio, haciendo intuir su cumbre entre los últimos rincones del horizonte que se elevaba ante nosotros. La observábamos desde el punto al que habíamos llegado, después de una ascensión larga, en la que las grietas del glaciar nos habían hecho realizar saltos y escaladas entre aristas inestables, escuchando el sonido del agua bajo nuestros pies.



Estábamos ya a 4000 metros de altitud y empezaba a amanecer. Se producía un contraste entre la salida del sol por una vertiente y la presencia de la luna por la otra. El color violeta del cielo impregnaba el hielo de tonos anaranjados y cada cierto tiempo se oían crujidos a nuestro alrededor.



Nuestros pasos ya eran lentos, teníamos que interrumpir la ascensión de vez en cuando para retomar nuevas fuerzas. Sentíamos que nuestro cuerpo era una maquinaria casi perfecta, que elevaba y reducía su temperatura, proporcionándonos una energía especial. Nos sentíamos muy lejos de todo y una ilusión tensa nos abrazaba y recorría.



Cuando alcanzamos el último tramo de la subida, el recorrido ascendía por otra arista muy elevada, en cuyos márgenes podíamos ver una caída en cada margen de más de 1000 metros, pero se encontraba marcada por la pisada de otros escaladores y esto nos dio algo de seguridad. Hacía un viento racheado y constante que podía arrancarnos del suelo y llevarnos al abismo. Por eso, fuimos algo más lentos y seguros, pendientes el uno del otro.



Paso a paso avanzamos encordados y cuando nos separaban unos pocos metros para llegar finalmente a la cumbre, paramos para alcanzarla juntos. El viento era insistente y fuerte, pero en ese momento casi nos olvidamos de él. Ante nosotros, se encontraba un paisaje difícil de describir. Era inmenso e infinito.



El día nos había regalado un ambiente luminoso y limpio. Desde aquella cumbre podíamos identificar cientos de picos y valles y todo tenía una tonalidad azulada, en contraste con los grises y verdes intensos de las zonas medias y bajas. Estábamos en el Mont-Blanc.



Nos abrazamos. ¡Que momento¡.





Garfun, buen amigo, que momentos compartidos.

Cuanto tiempo de encuentros en mil montañas nuestras, conseguidas.



Hemos ascendido, juntos, cientos de cumbres, caminado por valles, realizado esfuerzos, alejados de tiempos de ciudades, disfrutado los placeres de visiones irrepetibles, indefinibles, que forman parte de nosotros, de nuestra historia, de nuestra memoria.



Aventuras abiertas y comprensivas, nos debemos nuestras propias vidas, el uno la del otro, en ese juego inestable de naturalezas inquietas y movidas.



Garfun, buen amigo, conversaciones de refugio en rincones perdidos, hemos tenido en nuestros oídos, conociendo personajes, utilizando todos los sentidos.



Esas noches de viento y lluvia, esos días blancos que nos han hecho vibrar en el juego de tantos descubrimientos, nos han enseñado a aprender a ver, a mirar y retener todos los paisajes, a realizar los encajes de nuestros propios sentidos, invadidos de emociones en nuestros recorridos.



Juntos hemos sabido vivir, compartir los cielos azules, descubrir los vientos en las nubes y desde tantas cumbres, nos hemos dado abrazos, sintiendo satisfacciones, emociones irrepetibles.



Garfun, buen amigo, hemos reído y llorado juntos y eso nunca lo olvido.





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