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jueves, 26 de junio de 2014

OPINIONES SINCERAS.-






OPINIONES SINCERAS.-

Voy a citar a París. La ciudad de los sentimientos que puede cambiar a cualquier persona. Una ciudad que puede permanecer en el recuerdo para justificar toda una vida. La razón de estas palabras es  intentar expresar, con la mayor desnudez de la que soy capaz hoy, porqué son las cosas como son y porqué escribo como lo hago.

Desde hace ya muchos años mi visión sobre la vida y sobre la existencia ha cambiado mucho. 

La influencia de otra persona que un día te fue conocida, que encontraste por el camino y que se ha convertido en muy querida, deseada y  admirada, te cambia la vida. Hasta el punto de que puedes dejar de ser tú mismo, transformarte en un ser diferente, que observa el mundo con matices y sensaciones antes desconocidas. Mi abuelo Andrés decía, que en el viaje que hacemos en la vida, entre la adolescencia y la madurez, el encuentro con el amor y el sexo, sin separación alguna, es lo que te convierte en un adulto lúcido. Quien no tiene esa experiencia permanece idiota durante más tiempo y en algunos casos, lo es toda la vida.

También, cuando se produce la ausencia repentina de una persona muy querida, que por diversas razones y causas forma parte de ti, de tu sangre, la visión sobre la vida cambia, los valores cambian, la supuesta realidad cambia. El medio en el que vives es diferente y tú mismo tampoco te reconoces. Además, si dicha ausencia se refiere a un hijo, por el que sacrificaste parte de tu vida y en el que depositaste muchas esperanzas e ilusiones, la ausencia es aún más dura, más absurda, más inaceptable. Nadie, absolutamente nadie, ni aquí, ni allá, debería ver morir a un hijo y vivir, sufrir, su ausencia. Lo natural debería ser morirse al igual que él, de modo tan inmediato y repentino, porque la vida deja de tener sentido y recuperarla es demasiado difícil y una vez recuperada, si eso llega a producirse, te queda una cicatriz tan profunda y tan grande que el ausente, durante mucho tiempo, quizá todo el que te quede, no es solo tu hijo, sino tú mismo.

En el primer caso, la transformación es paulatina, se produce en el tiempo y un día descubres a otra persona en ti y contigo, para lo bueno y para lo malo. En el segundo caso, el yo anterior ha muerto, desaparecido, se ha extinguido de repente y eres otra persona distinta que se encuentra dolorida, que arrastra un peso que no acaba de extinguirse, que permanecerá contigo para siempre, aunque sepas bien que ese peso pertenece a tu yo muerto, no al nuevo, al diferente, al que  te ha sorprendido a ti mismo, teniendo que esforzarte por aceptarlo, por aceptarte.

Cuando se produce la ausencia repentina del hijo, no eres el único que cambia, también lo hacen los que están a tu lado, la madre y esposa, la hermana o hermano y los primos cercanos, incluso los amigos, pero…tu cambio, tu transformación, es tan poderosa que parece casi la única y te aplasta y te ciega de tal modo que no puedes ver mucho más lejos de ti mismo. El amor de la persona que te fue conocida, que encontraste por el camino y que se ha convertido en muy querida, deseada y  admirada, es el que te hace sobrevivir, el que te mantiene con los pies en el suelo, el que evita que ejerzas la opción del salto al vacío. Sin embargo, la comprensión, la proximidad, la concepción de esa realidad de sentimientos y sentidos, no rompe sus cadenas, ya que esa otra persona querida, amada, tiene sus propias cadenas, las suyas, que no puedes romper. Al principio, cuando se produce la ausencia, no tienes fuerzas para hacerlo y luego, cuando las puedes tener, el amor es tan grande que no eres capaz, ya que sabes que, si lo hicieras, no lo soportaría, no podría vivir, se moriría también. Entonces, aceptas lo que antes podría haber sido inaceptable y necesitas tanto el aliento y su proximidad, que prefieres una realidad de ficción que otra ausencia, ya que sabes bien, que no soportarías otra cosa. La vida es sobretodo ficción, ya que la puedes ver como quieras; en sus aspectos más terribles y en sus aspectos más bellos, íntimos. No hace falta ni tan siquiera la piel para que el deseo por la vida sea compartido y pueda llegar a la infinitud. Se dice que los amores más profundos no son los juveniles, sino los viejos, los que se afianzan en la decrepitud. Esto tiene un adjetivo de tristeza, pero del mismo modo, es el éxtasis de la vida, posiblemente.

Cuando escribo percibo varios tipos de hermetismos. Estoy seguro de que según quien lea estas líneas las interpretará de un modo distinto. La alusión no requiere de algo explícito a veces, otras sí. No estoy seguro de que estas palabras deban pertenecer al segundo supuesto. Uno de los tipos de hermetismo quizá tenga como causa mi propia inseguridad sobre la vida, ya que la vida que he vivido, en muchos aspectos no me gusta y ahora, adulto y en el prólogo de la vejez, no tengo energías para los cambios. Hablar de ello solo produce dolor propio y ajeno. Algunos se darán por aludidos e interpretarán reproches e  injusticias. Mis valores no son esos, son otros. Sobre los aspectos que sí me gustan, que son muchos, parecen no ejercer tanta influencia. Los citas, los mencionas, pero quien debería darse cuenta de su referencia, no lo hace. Son supuestos de hecho que se dan por sentados. Una vida feliz, aunque sea por tiempos, por momentos, es, para muchos, en su simplicidad, simplemente, como debe ser. La felicidad, de existir, es instantes, nunca es algo duradero y menos aún permanente. Los muros me parecen más altos. Aún no he perdido la convicción y la esperanza, pero los hechos, las cosas que pasan, no tienen el mismo valor. En eso también se ha producido un cambio, un cambio gigantesco. Antes, por ejemplo, opinaba, hablaba para convencer, hoy escucho con curiosidad, hablo con discreción y permanezco largos tiempos en silencio; reflexiono para huir de mí mismo e incluso de los demás, para no sufrir y no hacer sufrir. Creo haber sido en la vida cobarde y valiente al mismo tiempo. No me arrepiento de nada, pues hacerlo me hace los muros más altos y la incertidumbre del futuro me obliga, así lo siento, a vivir en un permanente presente, en un día a día de superación compleja difícil de compartir. Lo que comento, no por tópico y ordinario, deja de ser verdad. ¿Cómo expresar todo esto con palabras?. ¿Cómo hacer comprender a otros esta visión de la realidad o de la ficción de la vida?.  ¿Qué necesidad hay de hacer mención a todo ello?. Me siento entonces hermético, incapaz de expresar lo que siento.

Otra de las causas del hermetismo, es la convicción de no ser comprendido y muchas veces, ni tan siquiera leído o escuchado. Ya sé que puede sonar todo lo que digo a justificación, pero no lo es; al menos no lo pretendo. Intento, no sin esfuerzo, comprender las razones de ese hermetismo, que me impide decir lo que debería decir o quizá decir lo que no debería. Hay que tener en cuenta que, por encima de la oportunidad o no de escribir sobre determinadas cosas, lo que si tengo sin ninguna duda, (hace mucho más tiempo que deje de buscarle una explicación), es una necesidad incontrolable de escribir. En realidad no es exactamente que tenga una necesidad de comprensión, sino de atención o simplemente escribo para comprobar lo que pienso, siento u observo. Si escribo sobre algo y nadie lo atiende o entiende o en el caso de ser leído, nadie lo comparte, se produce en mí una sensación de vacío, entonces, esa necesidad escritora se convierte, sin desearlo, en algo incómodo. Al fin y al cabo, es posible que escribir tenga relación con una voluntad de trascendencia que dentro del sin sentido del todo, no ocupe ni tan siquiera un mínimo espacio.

Siguiendo con las causas del hermetismo, debo de añadir dos cuestiones a tener en cuenta. Una de ellas está relacionada con la capacidad y otra con la vergüenza. No necesariamente uno tiene la capacidad intelectual suficiente como para expresar lo que se desea. Es frecuente que en ocasiones pretenda decir o describir un pensamiento o situación y que no sea capaz. En este supuesto, las palabras parecen resistirse a salir de mí y por mucho que me esfuerce, no alcanzo la sensibilidad suficiente como para expresar aquello que deseo. Quizá este hecho se derive también de una formación insuficiente o de deficiencias intelectuales o incluso de alguna enfermedad vinculada a la capacidad de expresión no curada. En otras, me enfrento con la vergüenza. Me da vergüenza que otros, al leer mis palabras, dentro de un marco de incomprensión o dentro de un marco de comprensión, descubran cosas de mí que no deberían saber. Incluso, si escribo sobre ello, no solo no genero una forma de compartir, sino desprecio, desamores, odios o temores de otros, bien porque consideren que lo que digo se basa en una debilidad, en prejuicios, en errores, en complejos, en mentiras, en cualquier motivo que justifica la inoportunidad de que los demás lo puedan leer.

Finalmente, entre las causas justificadoras de mi hermetismo, se encuentran la prudencia o más bien el miedo y el problema de la sinceridad. Los grandes escritores, en muchos casos han destacado, precisamente porque no han sido prudentes al escribir, no han tenido miedo en comunicar sentimientos, opiniones y hechos  y muy especialmente porque, en sus palabras, se ha apreciado  una gran sinceridad. Hay que decir que muchos de ellos también, han sido descubiertos o reconocidos después de muertos. Algo pueden tener que ver unas cosas con las otras o no, no lo sé. Lo cierto es que en mi caso, aunque con los años creo ser menos prudente, menos cobarde y más sincero, me queda mucho camino por recorrer. El día que lo consiga es posible que mi escritura alcance un nivel diferente y genere una influencia lectora que hoy sin duda no tiene.

Dicho lo anterior, debo añadir que creo haber sido menos hermético en estas líneas. He estimado oportuno decir lo que digo ya que al ver escritas algunas reflexiones, parecen hacerse más evidentes, suprimirse interrogantes o encontrarse causas y soluciones a problemas que de otro modo serían más difíciles de descubrir.

El tratamiento del hermetismo tiene una directa relación con las dos cuestiones que inicialmente he expuesto: El cambio por la influencia de la persona muy querida, deseada y  admirada y el cambio por la ausencia repentina del hijo. El reto de escribir y afrontar ambas situaciones, es lo que me ha permitido sobrevivir hasta ahora. Aunque en mi vida diaria no lo exprese por incompetencia o impotencia, en mi fuero más íntimo lo sé. Sin el amor y sin la escritura, no habría sido capaz de recuperar la vida y la memoria. Ya que hay otra cuestión importante a la que no he aludido, que es: la pérdida de memoria ante la ausencia repentina de un  hijo.

En éste asunto, voy a romper uno de los muros de mi hermetismo y destacar que, mediante la escritura, he podido recuperar parte de mis recuerdos. A pesar de que muchos de ellos siguen en la oscuridad de mi cerebro, otros han acabado saliendo al exterior y he podido recogerlos y describirlos con palabras. Esa función psicológica también la ha desempeñado y desempeña la escritura.

Yo, desde niño, ya me vi atraído por las palabras, escritas o leídas, pero cuando he descubierto su influencia y he aprendido a vivir de ellas, ha sido ya maduro. Este hecho no se ha producido en  soledad, sino enmarcado en el cuadro del amor al que he aludido, esta vez sí, y con la presencia permanente de mi hijo, hoy ausente, pero al mismo tiempo presente cada día.

París, París no solo hoy es un recuerdo vivo, es la representación de que por muy miserable que sea la vida, lo que se puede vivir en ella, puede justificarla. Escribir sobre París es la cumbre de mi hermetismo, a pesar de ello, es una ciudad que cito con frecuencia. Las imágenes de rememoración, son como un sueño, como una hermosa película francesa que no puede alcanzar en su ficción la verdadera realidad. Es una ciudad que me ha dado vida. He sido un protagonista en ella. Es un ejemplo de cambio y de descubrimiento, de poesía, de belleza, de una multitud acumulada de intimismos que se hacen indescriptibles. En este caso, por mucho que reflexiono, no soy capaz de liberarme del hermetismo. Es tan íntimo y personal el sentimiento que no me es aún posible compartirlo.  París, París.


2 comentarios:

  1. Es verdad que Paris despierta en todo el mundo que la visita una mezcla de sentimientos. No se si una ciudad, aunque sea Paris pede cambiar a alguien, de lo que si estoy segura es de que hay un antes y un después de una experiencia como la que tu describes. No sólo por la pérdida de un hijo, eso es antinatural, nadie está preparado para ello. Soy capaz de ponerme en el lugar de alguien que ha pasado por ello, solo pensarlo me hunde en un mundo oscurao, vivirlo debe ser la peor experiencia de la vida.
    Cuando dices lo de la sinceridad del escritor me hace pensar en la única novela que he escrito en mi vida, en ella crée algun personaje para poner en sus labios las palabras que por motivos varios nunca han salido de los mios, así entre la ficción y la realidad me sincero conmigo misma y con los demás aprovechando para echar fuera de mi los demonios de los sinsabores de la vida, de las injusticias etc. Es una buena manera de hacer del propio psicòlogo ya que tenemos montada la vida, la sociedad para ocultar tantas cosas como nos sea posible. !que puedo decir de tus sinceras palabras! creo que nada porque superar lo que tu has vivido es poco menos que imposible, pero quizá, así contándola, abriendolo en canal pueda salir de la incomprensión y quizá viendolo desde fuera se pueda analizar de otro modo.
    Un cordial saluldo:
    Margarita Agueras.

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  2. Gracias por tus comentarios Margarita. Escribir siempre ha sido para mí una forma de crear un mundo diferente, ajeno en muchos sentidos al mundo en el que habito, pero también, es una forma de extroversión, un modo de salir al exterior y de compartir con el lector sensaciones, opiniones, sentimientos. No recuerdo cuando empecé a escribir. De niño ya lo hacía con cierta intensidad. Tampoco se muy bien la razón por la que empecé a hacerlo. Sin embargo, si se hoy que es una necesidad vital para mi. Intento huir de esa tendencia hacia el ego. Tengo contacto con muchos escritores como yo, la mayoría desconocidos, poco leídos. En su mayoría, permanecen en una lucha permanente por salir de un pozo oscuro, por alcanzar algún tipo de notoriedad o reconocimiento, por ser simplemente leídos. Creo que son pocos los que de verdad tienen algo interesante que decir. Tus palabras demuestran que tienes una sensibilidad especial, que has percibido en mi escritura el dolor y al mismo tiempo la voluntad de luchar contra mi propio hermetismo. El hermetismo pienso que suprime o reduce, según los casos, las posibilidades de llegar a decir algo interesante. En realidad, la sinceridad, la ruptura de las cadenas contra la desnudez, es muy dificil de conseguir, al menos para mí. Cuando se escribe, una cosa es lo que uno desea transmitir y otra lo que los demás pueden llegar a entender. No todos los libros estan escritos para las mismas personas, ni para todas las edades, por ejemplo. No creo tampoco que sea sincero decir que la mayoría de los escritores como tu o como yo, escribamos más para nosotros mismos. Eso no es verdad. Cuando se escribe se realiza un acto de comunicación que se culmina con la publicación, por el medio que sea. Reconozco que muchas veces se escribe sin voluntad de que otros te lean, pero si existe una continuidad, una insistencia en ello, en realidad siempre se escribe para otros. Si has escrito una novela no la dejes en un cajón, regala tu sensibilidad a los demás. Quien sea capaz de apreciarla lo agradecera, como yo agradezco tus comentarios. Un abrazo,

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