SÁBADO.-
Hoy sábado el día se ha pasado muy deprisa.
No he hecho nada especial, aunque, en realidad, cualquier cosa que se haga con
gusto y que te produzca satisfacción, es especial e incluso, bien mirado, se
sale de una normalidad algo anodina e insulsa, que suele ser lo más habitual y
diario.
He podido disfrutar de una exposición sobre
Fernando Pessoa que se encuentra en la Biblioteca Nacional. Tiene interés por
varias razones y una de ellas es esa búsqueda de acontecimientos que de algún
modo acrediten que Pessoa tuvo, en algún momento, interés por España o por
algunos escritores españoles, como Unamuno o del Valle. En la exposición se han
recopilado documentos y publicaciones e incluso cartas que vale la mena
examinar. Desde que tuve la oportunidad de leer su obra titulada El Libro del
Desasosiego, me emocionó este escritor y me gusta mucho el conjunto de su obra,
la cual, en gran parte, fue desconocida hasta después de su muerte. Pessoa fue
un escritor solitario, con un grado de introspección sorprendente, pero también
con mucha lucidez. Este último hecho, creo yo que fue el motivo de su
profundidad de análisis y su gran sufrimiento, ya que la lucidez lo es.
Siempre que pienso en Pessoa, pienso en la
soledad, en esa soledad personal, (aunque no creo que pueda existir de otro
tipo) e intelectual, (si la queremos adjetivar), con la que alcanzó una
perfección en su escritura tan bella y perfecta.
Hoy también he visto una película de Woody
Allen titulada Medianoche en París. La había visto hace tiempo, creo que es la
cuarta o quinta vez que la veo. Aunque no es una de sus obras reconocidas, a mí
siempre me ha producido una sensación agradable que se sale de lo habitual. La
película crea una trama, que se desarrolla plenamente en Paris, lo que ya le da
un atractivo particular, mezclando una realidad actual con la rememoración de
los artísticas de los años 20 e incluso llega a retornar a un período anterior.
El protagonista es un escritor novel que se ve muy atraído por ese período.
Aparecen personajes como Picasso, Hemingway, Dalí, etc. La representación tiene
mucho de humor, pero proporciona una visión imaginativa del ambiente artístico
parisino, con una perspectiva muy a lo Allen. He pasado de nuevo un buen rato.
Últimamente tengo más dificultades para
conseguir recordar nombres y detalles. Debe de ser una de esas pérdidas
mentales que anuncian un camino más yermo de cara al futuro. Sí, me olvido con
facilidad. Incluso en una conversación, cuando voy a citar a un pintor, a un
director de cine o a un escritor, por ejemplo, no consigo acordarme. Utilizo
normas nemotécnicas para compensar la deficiencia, pero muchas veces no tengo
éxito y el esfuerzo memorístico permanece en mi cabeza dando vueltas y vueltas,
hasta que finalmente tengo que acudir al ordenador o a la biblioteca para
despejar la incógnita, ya que no puedo soportar mucho tiempo que la idea se
encuentre incompleta en mi interior. No es algo nuevo para mí. He tenido una
gran memoria para determinadas cosas, pero para los nombres…, no sé muy bien la
razón, no he sido muy afortunado. PoR eso, cuando voy a una exposición, guardo
los anuncios y resúmenes y cuando hay una película que me llama la atención, la
tengo que ver más de una vez. Eso sí, cuando hay un detalle que me llama la
atención, se me graba como si fuera de plomo y no se me olvida fácilmente.
Llevo una temporada en la que escribo y
dibujo menos. Es como si me rondara un cierto estado de agotamiento mental. Es
posible que esto tenga algo que ver con la ausencia de interlocución. Por eso,
es posible que la figura de Pessoa me llame aún más la atención en estos días.
Estuve en la Feria del Libro de Madrid
firmando en la caseta de la editorial Sial Pigmalión. Éste tipo de actos me
cuesta hacerlos. Antes, hace años, me pasaba precisamente lo contrario. A la
primera oportunidad estaba en primera fila para promover lo que hiciese falta.
Ahora, quizá por la experiencia adquirida y por ese convencimiento de que lo
que escribo interesa poco o nada a la gente, no tengo la energía necesaria y
sobre todo, no tengo deseos de volver a empezar a publicitar mi existencia
literaria. Publicar es muy difícil, que alguien te muestre algún interés por lo
que haces es aún más. El mercado del libro está saturado de verdaderas mierdas
que se venden como churros y sin embargo, en todas partes se dice que en este
país no hay hábito lector. Por otra parte, tengo tantas cosas que decir. Si no
hay nadie que te lea, no parece que escribir tenga mucho sentido.
A pesar de lo que digo, yo tengo la
enfermedad escritora y no es una enfermedad que se pueda curar. Un día sin
palabras tiene mucho de vacío, al menos para mí.
Compenso mucho la soledad, esa soledad que te
produce la ausencia de interlocución, con la lectura. Sigo leyendo y leyendo y
dando la paliza a cualquiera que tenga deseos de hablar sobre éste tema. Yo
cada vez hablo menos de ello, pero escucho bastante bien. Sigo escribiendo,
pero también debo decir que cada día aprecio un cambio en mi forma de hacerlo,
en los temas que trato y en la dificultad que tiene. No soy de los que pienso
que, después de los años, la práctica me hace las cosas más fáciles. Al
contrario. Me cuesta mucho más. Esa dificultad me genera una necesidad aún
mayor de hacerlo, de insistir una y otra vez. Por una parte, dejar de hacerlo
me produciría cierta asfixia y por otra, la dificultad es como una provocación
y me enfrento a ella cada día. Es como una energía dolorosa que se convierte en
algo inevitable. Aunque en ocasiones deje algunos espacios de tiempo entre
medias y no escriba, mi cabeza no para de dar vueltas a miles y millones de
detalles que pienso que tienen que ser descritos, mencionados o representados.
Este sábado, caluroso y de brillos, me
inspira tristeza y al mismo tiempo, tiene un influjo que se mueve por sí mismo.
Tiene algo de líquido, se extiende sobre mí y me humedece hasta las entrañas.
De modo paralelo, lo he visto como dos líneas
que no deberían nunca juntarse, que se pierden en una distancia infinita. Yo me
pongo en el medio de ellas y las separo con los brazos, no puedo ver ese punto
de encuentro. Es como una imagen surrealista.
Es un sábado de contradicción, como todo en la vida. Triste, bello,
feliz y monstruoso, que en poco tiempo empezará a morirse.
No sé quien fue el que dijo que lo más
importante en la vida era el amor y en particular, hacer el amor y quien lo
dijo lo justificaba añadiendo que hacer el amor, puede hacerse de muchos modos,
pero que todos ellos tienen algo en común: Cuando haces el amor, el momento más
orgásmico y excepcional, es el único en la existencia en el que no piensas en la
muerte, ya que la muerte está presente en los más mínimos detalles de lo que hacemos,
de modo consciente o inconsciente. Hoy, éste sábado, ha tenido momentos de esos,
por eso ha sido importante.
Claro, quien lea esto dirá: Este pirado ha echado
hoy un polvo. Pues no. No ha sido así. Ese pensamiento es la representación de otra
circunstancia que condiciona nuestra existencia, la simplicidad y hoy, precisamente,
no ha sido un día simple, sino todo lo contrario.
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