COMENTARIO.-
22
de marzo de 2014.
MARCHAS
DE LA DIGNIDAD, 22 M.-
Durante el día de ayer y de hoy han llegado y
siguen llegando grupos de personas que, desde distintos puntos de España, han
realizado marchas hasta Madrid. Incluso algunos han atravesado Europa.
Estas marchas se han denominado Marchas de la
Dignidad y se han realizado para reivindicar, entre otras cosas, los derechos a
la vivienda, al trabajo y a la salud pública.
Han sido pocas las imágenes que he visto en
los medios de comunicación y ante la proximidad a la capital de España, se han
publicado noticias referidas a las dotaciones de orden público que los
recibirían, así como a la paralización del centro de la ciudad, pero pocas han
sido informaciones sobre el contenido de fondo de las demandas de todos
aquellos que han transitado las carreteras, durante días, para alcanzar su
destino.
Este acontecimiento tiene similitudes con la
trama de mi última novela titulada DESEO, El Proyecto Eclipse, pero también
grandes diferencias. En éstos hechos reales, no imaginados, los manifestantes
han cumplido con esa visión premonitoria que durante los años 2009 y 2010 pasó
por mi cabeza para describir algo similar, sin embargo, el silencio, incluso en
las redes sociales, ha sido la nota predominante.
Me pregunto cuales son las razones que
justifican ese silencio e incluso ese desinterés y más aún, aquellas que llevan
a algún político a comparar esta movilización con el nazismo.
El distanciamiento de la sociedad con su
propia realidad sigue siendo muy grande. Cuando he escuchado, en varias
ocasiones, que la crisis económica que padecemos permite aún mucho margen para
aplicar medidas de restricción social, tengo que reconocer que es cierto;
aunque ello me produzca una gran incertidumbre, esa preocupación que se
fundamenta en la memoria de nuestra última historia y no pueda evitar sentirme
estúpido.
Si la ciudadanía no se manifiesta, parece
flotar sobre nosotros una densa niebla de miseria moral y si lo hace, muchos
piensan que eso no sirve para mucho, que no vale en realidad para nada. Incluso
las consignas y las formas tienen mucho rechazo por una parte de la población,
ya que son identificadas con el sindicalismo casposo.
Entre tanto, el poder avanza. Recordando la
novela de Orwell, titulada 1984, la sociedad camina hacia el Socing y todos
somos potenciales criminales de pensamiento, sin embargo, son las telepantallas
las que nos dicen lo que podemos o no pensar; aceptamos esa emergencia
permanente del poder que nos hace ser tan blandos, tan tolerantes. Las formas
del poder, de los políticos, nos convierten en personajes consumidores del
Soma, como los de la novela de Aldous Huxley, titulada un Mundo Feliz.
A estas alturas, es una evidencia que existen
en nuestro país muchas familias que sufren diferentes tipos de pobreza.
Efectivamente, pobreza de alimentos, de vivienda, de salud, energética. Pienso
que poca gente discutirá éste hecho. También es cierto que, cuesta mucho creer,
que en un país en el que existen seis millones de parados, no estén las calles
ocupadas todos los días y no hayan ocurrido ya acontecimientos graves. Algunos
justifican la pasividad social con la economía sumergida, otros con la
solidaridad familiar, otros, simplemente, con el miedo a una miseria mayor.
¿Alguien, de verdad, analiza esto?. ¿No existe en el fondo un dejar pasar para
que las cosas cambien por sí mismas?.
La mayor pobreza, con diferencia, es la moral
y esa pobreza, al final, significa la pérdida de la dignidad.
La noticia de que una muy numerosa masa de
personas se desplace a través de muchos kilómetros para protestar por la
situación que se está viviendo en España, debería trascender lo suficiente como
para que el resto de la ciudadanía, en defensa de la dignidad personal, se
solidarice con el problema y adquiera conciencia de la importancia que tiene el
acontecimiento.
En todo caso, la historia sigue y no
olvidemos que todos estamos unidos a ella. Transcurrido el tiempo, estoy seguro
de que habrá generaciones de jóvenes que nos reprocharán nuestra pasividad,
nuestra falta de solidaridad y sobre todo, nuestra incapacidad de defender la
dignidad en las urnas, con las elecciones.
La democracia es el mejor sistema conocido
para conseguir regímenes políticos de igualdad, pero no nos olvidemos de que el
poder se defiende siempre a sí mismo. No es demagogia, pienso yo. Respeto
cualquier otra opinión, sin embargo sí creo que todos nos merecemos que esa
otra opinión, al menos, tenga la misma dignidad que la mía.
Cuando ocurren estas cosas y veo las
manifestaciones, necesito entender que los políticos nos respetan, nos dañan,
pero nos respetan, nos ofenden, pero nos respetan, nos temen, pero nos
respetan. Si percibo intensamente que los políticos nos desprecian, mi rebeldía
me hace pensar en una revolución y pensar, es lo último que me queda.
Hoy no puedo estar alegre, no pierdo nunca el
optimismo y creo que en estos años existe un exceso de pesimistas. ¿La culpa siempre
es de otro?. Esto lo he dicho muchas veces. En realidad, otra realidad, no es así.
Algo de culpa tendrá el que deja hacer lo que no parece lo mejor, lo que se demuestra
que es peor. ¿Digo yo?.
La mayoría de los medios de comunicación, dominados
por el poder, podrán silenciar hechos importantes como el que comento, podrán dejar
caer tan solo, algunos comentarios amenazantes y despreciativos, pero, como en la
sociedad tecnológica no existen los secretos, al final, nadie nos puede prohibir,
(hoy, veremos mañana), el derecho a pensar con dignidad y sobre la dignidad. Como
dice el protagonista de mi novela DESEO, El Proyecto Eclipse: En el cambio está el futuro, el sentido de la
vida; el cambio es nuestro mayor y más comprometido proyecto….Conquistaremos nuestro
destino. Yo lo deseo, lo deseo sinceramente.
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