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viernes, 14 de marzo de 2014

UN COMENTARIO.-

BONITO DÍA.-

El día es tan luminoso que las gafas de sol se agradecen. Yo las uso en pocas ocasiones, pero ésta mañana me las pondré. Gafas de sol, bastón, bufanda y zapatillas de deportes. Un pequeño paseo y retorno. Cuando llegan éstas fechas parece que el ánimo se revoluciona. Debe de tratarse de alguna herencia instintiva y bastante animal, pero es agradable. Las mujeres están más bellas y el ambiente parece más nítido y colorido. Me entran unos deseos enormes de salir corriendo hacia cualquier parte y gritar como un loco en la cumbre de una montaña o a la orilla de un mar embravecido. Es una pena que no pueda hacerlo. La sangre debe circular con mayor ímpetu por nuestras venas cuando la temperatura se modera, supongo yo.
Hoy no deseo mantener el permanente estado depresivo al que nos arrastra la situación general. Prefiero meditar sobre el color del jardín que veo desde mi ventana y escuchar, con el mayor de los entusiasmos, el canto, casi explosivo, de un verderón que posado en el extremo de la rama de uno de los cipreses se desgañita para marcar el territorio de sus vuelos y garantizar sus cópulas.
Hoy es un día en el que la reflexión debe dedicarse al aire fresco, a la luz y a ese entusiasmo que provoca el hecho de estar aún vivo, a pesar de los saltos de riesgo que hemos dado durante tantos años para intentar alcanzar una meta desconocida, que en realidad, se encuentra en medio de un camino, cuyo final ya sabemos que es inevitable. No en vano alguien dijo que lo bueno del viaje no es el destino, sino el propio camino.
Ha amanecido temprano y las luces se han extendido como las aguas de un riachuelo. Todo ha sido brillos y frescor. Los verdes se han hecho más verdes y el cielo se ha visto más azul. Luego, cuando se alcancen las horas del mediodía, la fuerza de esos colores se suavizará y el sueño, en el fin de semana, se convertirá en un tiempo propicio para la siesta en la sobremesa; solo de unos minutos. El corazón, que antes latía algo más lento, modificará su ritmo a la espera de la caída del sol, que se alargará más de lo normal.
Como se puede ver, estoy algo poético o místico. Es cosa de esa luz de la mañana, del movimiento de esos pájaros que no paran un instante y de los deseos que tengo por sentirme normal, con una vida normal, en una sociedad normal. Claro, la normalidad es algo relativo, ya se sabe.
He salido a la calle y todo me ha parecido diferente. Decía Schopenhauer que la realidad que percibimos no es real, solo la sombra de la verdad. En el fondo, influido por la filosofía oriental, creía haber descubierto una forma distinta de percibir el mundo de Platón. La verdad, decía, es el pensamiento, el sentimiento. Hoy la verdad ha debido de abrirse paso y lo que se ve es eso, pensamiento y sentimiento. Es un día que me hace estar más sensible, más abierto, creo saber que lo que veo es más verdadero.
Esto de vivir en una ciudad, en un día como hoy, tiene algo de pérdida. Tanta luz la sentiría mucho más en el campo, en el valle, junto a las aguas de un lago o de un río. Aquí el cemento y el asfalto te limitan la visión, tienes que buscar un parque, un jardín, un banco donde recalar.
La gente sale de sus casas como las hormigas y deambula de un lugar a otro sin parar y eso ánima también el ambiente. Solo me molesta un poco el ir y venir de los coches, que se escucha en exceso, el grito del niño que corretea inseguro, mientras sus padres, más estresados de lo habitual, lo observan con esa indiferencia algo agotada. Tener hijos tan mayores requiere un sobreesfuerzo. El perro que caga en la acera, dejando allí su coprolito tieso. Son molestias relativas, porque, como digo, el día está muy luminoso y los colores parecen comerse los dolores y sufrimientos de muchos.
Al mirar, al observar, todo parece normal, efectivamente. Hoy no existe el paro, la corrupción y las miserias financieras. Es un día de aperitivo y tertulia. He dejado el abrigo en casa y solo llevo la bufanda. Es cierto, he salido de la cueva de Platón y ya no hay sombras. Todo es real. Es lo que parece. Algún día así tenía que existir.
He vuelto del paseo y he tenido que contarlo.

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